Sociología de la moda: El mono vestido, la
invención y la imitación lógica y extralógica

Javier Ortiz de Montellano
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“La moda interesa. Por qué cambia, cuáles son los flujos de su
desarrollo. Contra lo que afirma Desmond Morris, el hombre no
es el mono desnudo, es el mono vestido”. Gustavo Bueno, filósofo.

En la Edad Media, la vestimenta era específica de acuerdo con cada clase social, incluso hubo leyes donde las telas y los colores quedaban restringidos para los nobles. La Moda propiamente se originó a mediados del siglo XV y a principios del Renacimiento europeo, a la par de la Modernidad. Pero es con la Revolución Industrial (1760-1840) que surge verdaderamente la moda gracias al incremento en la variedad de vestidos que provocó el gran aumento en la producción de las prendas de vestir en general, cuyo costo disminuyó.

Ya en el siglo XIX el fenómeno de la moda se volvió objeto de estudio, por su relación con la invención industrial y por su importancia en la sociedad debido al ciclo capitalista de invención-imitación.

Gabriel Tarde (1843-1904) fue un famoso sociólogo, criminólogo y psicólogo social francés. Concebía a la sociedad como basada en pequeñas interacciones psicológicas entre individuos, donde las fuerzas fundamentales serían la Imitación y la Innovación.

Para Tarde hay dos clases de imitación: la imitación “lógica”, aquella en la cual los aspectos racionales y lógicos son enfatizados, y cuando una particular invención está más cerca de la más avanzada tecnología en la sociedad, más racionalmente será imitada. Y la imitación “extralógica”, que es, en cambio, la repetición de otra conducta, pero sin reflexionar en los beneficios u objetivos prácticos que reporte, pues se imita ciegamente.

En la Imitación extralógica las invenciones originales tienden a ser adoptadas por aquellas partes de la sociedad que están más cerca de la fuente de invención (élites), y posteriormente serán irradiadas hacia las partes más distantes (masas que imitan).

Por citar un interesante ejemplo histórico, George Bryan Brummell, conocido como Beau Brummell, el Bello Brummell, fue una figura excéntrica –como todo lo inglés–, pero precisamente por eso representativa de la transición entre el fin del predominio total de la clase aristocrática y el surgimiento de la burguesía después de la Revolución francesa. Recordemos que Inglaterra es la primera monarquía en ser limitada por un Parlamento, pero tal vez precisamente por eso no fue barrida como en gran parte de Europa y subsiste, limitada por el Parlamento, cuestionada y decadente, hasta la fecha.

Brummell se destacaba por su elegancia en el vestir y era imitado gracias a que era amigo del príncipe regente. Por ese motivo tuvo gran influencia entre las élites aristocráticas inglesas constituyéndose en árbitro de la moda en la Inglaterra de la Regencia hasta que Jorge IV accedió al trono en 1820 (hay infinidad de biografías y películas sobre su interesante vida; tal vez los de la cuarta edad recuerden el film hollywoodense de ese nombre con Stewart Granger y Elizabeth Taylor estrenado en 1954).

En la moda del vestir masculino, Brummell afirmaba que la sencillez es la mayor de las elegancias y comparado con las exageradas vestimentas de las élites aristocráticas el estilo de los que imitaban a Brummell era mucho más sencillo (cabe recordar el Tratado de la vida elegante, de 1830 de ese gran admirador de Brummell, el gran escritor Balzac, para quien “el vestido es la expresión de la sociedad”). Sin embargo, la influencia de Brummell se limitaba a una pequeña esfera del círculo aristocrático que lo imitaba. Apenas empezaba a surgir la burguesía como fuerza social predominante, que en el vestir se movía entre imitar los modos aristocráticos reformados por Brummell (fue el inventor del sobrio saco, que sustituye a la colorida casaca) e instaurar nuevos estilos propios de su “racionalidad”.

En la actualidad la moda se sigue moviendo entre la imitación lógica y la extralógica. Se convierte cada vez más en un fenómeno generalizado producto del diseño industrial programado y ya no en la creación espontánea de personalidades destacadas o excéntricas como el Bello Brummell. Hoy, la moda ya no la crean “individuos” independientes sino los equipos de autodenominados “creativos” de las agencias de publicidad. La creatividad de los diseñadores es absorbida comúnmente por empresas tras cuyo nombre-marca están grandes consorcios capitalistas del establecimiento industrial-comunicológico.

George Simmel, otro gran sociólogo y filósofo hablaba de esta “diferenciación concurrente” que se manifiesta, por ejemplo, claramente en el fenómeno de la moda, que es parte del competitivo sistema de producción industrial. El producto de moda puede presentar el mismo diseño en materiales caros (como la seda) para ser adquiridos por las “élites” y posteriormente fabricados en poliéster para las “masas”. Ambos mercados están influenciados por la publicidad pagada a “famosos” que no aportan nada salvo su reconocimiento para promover su imitación mediante el constante bombardeo mediático de los anuncios de prendas de vestir.

La moda actual forma parte de este otro sistema, el económico, que comprende la fabricación y diseño de ciertos estilos de confección, la comercialización y venta al detalle, pero también forma parte de procesos culturales, en que se dan las tendencias aparentes de la igualación social y la diversidad y el contraste.

Todo esto ha sido tratado más recientemente por otros autores, como el importante aporte de Margarita Rivière en varios muy interesantes libros, como Moda, comunicación o incomunicación (1977). El malentendido: cómo nos educan los medios de comunicación (2003); Crónicas virtuales: La muerte de la moda en la época de los mutantes, Anagrama, 2009: “voy a describir cómo el nuevo territorio virtual de los medios ha recogido la herencia de la moda para construir una nueva realidad real, en la que nosotros somos unos mutantes esquizofrénicos”). Más recientemente, Rivière escribió Lo cursi y el poder de la moda, Espasa Calpe, 1992, y su Historia informal de la moda. España: Plaza & Janés, 2013.

Pasando por Jean Baudrillard, La sociedad de consumo. Sus mitos, sus estructuras. Madrid: Siglo XXI, 1970, hasta Gilles Lipovetsky, El imperio de lo efímero. La moda y su destino en las sociedades modernas. España, Anagrama, 1987.

Además, recién publicado en 2020 puede verse el interesantísimo libro Belleza fatal, la tiranía del look o los nuevos rostros de la alienación femenina, de la periodista de Le Monde Diplomatique, Mona Chollet. Este libro analiza las nuevas formas de alienación femenina procedentes de la industria de la moda y del culto al “cuerpo perfecto” y examina, de manera reveladora, a la prensa femenina, los discursos publicitarios, blogs, series de televisión, testimonios de modelos e investigaciones sociológicas para mostrarnos cómo las industrias de la moda y la belleza se esfuerzan para mantener la lógica sexista en el centro de la esfera cultural, mediante el engaño y la seducción.

Por si no la ha visto, la película El diablo viste a la moda nos descubre el lado profundo, oscuro y diabólico de la vida en las oficinas del gran imperio que es el mundo de la moda hoy en día. Y ya hemos recomendado la sensación actual de la serie Emily en París, subliminal publicidad del mundo de la moda actual, transmitida por Netflix.

En fin, la moda no sólo se identifica con la realización de un gasto más o menos ostentoso, sino que depende en gran medida de la demanda efectiva, e integra fantasía y creación estética programada.

Cuanto más pronto cambia una moda, más se abaratan los objetos, y cuanto más baratos son éstos, tanto más incitan a los consumidores en masa a cambiarlos y a los productores a producir otras novedades para las élites que compran caro y de mejor calidad para diferenciarse y destacar sin siquiera inventar como antaño, sin más filtro diferenciador que el poder de compra.

Aunque como reflejo del fin de la Modernidad, la moda se dispersa, se rebela ante lo que antes se consideraba el “buen vestir”, por ejemplo, los pantalones de mezclilla deliberadamente rasgados y otras excentricidades que buscan inútilmente diferenciarse puesto que son prontamente imitados y creados en masa para responder a ese gesto rebelde que es pronto asimilado y explotado comercialmente por el capitalismo triunfante: Un Sistema y dos o más Estilos de Moda, ahora que Rusia y China se han integrado a la moda capitalista y sólo Corea de Norte utiliza el “traje uniforme Mao” que, en realidad viene de una vieja vestimenta china de seda, adaptada en tela barata para las masas comunistas y, claro, los líderes utilizan telas de lo más fino.

India y otras naciones que se integran cada vez más al capitalismo se debaten entre mantener sus tradicionales vestimentas o adoptar las nuevas modas occidentales o como en India logran una excéntrica síntesis poniéndose el saco por encima de la tradicional túnica (después de todo, son miembros de la Mancomunidad de Naciones y fueron parte del excéntrico Imperio Británico, algo de su excentricidad les quedó).

En fin, la moda es hoy un diseño inventado por creativos anónimos, difundido por el establishment industrial-publicitario-comunicológico, y con el fin de generar dinero. Cambiante diseño propagado entre las élites para ser posteriormente imitado por las masas y vuelto a inventar para propiciar el círculo vicioso, pero redituable por partida doble.

Un programado ciclo sin fin, mientras haya poder de compra y el ser humano busque diferenciarse en la superficie mediante la vestimenta. El consumidor no puede salir del fatal círculo vicioso del juego imitativo mediante la efímera belleza comprada hoy cada vez más por internet. Especialmente, desde la emergencia del coronavirus que precipitó la tendencia de compras digitales y la reducción o el franco cierre de grandes tiendas departamentales que solían surtir el guardarropa completo.

C’est la vie. Así es la vida del mono vestido y la mona con ropa, que no queda igual en fina y cara seda que en el más barato poliéster.

 

 

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