El Armagedón pandecónomico y la transformación


Jesús Delgado Guerrero
/ Los sonámbulos

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Tanto en el ámbito doméstico como a nivel mundial, todos los resultados en materia económica del primer semestre de este año son incontestables: la economía está convertida en una enorme acumulación de materia fecal, con la elocuente excepción de las impunes islas de las finanzas y sus paraísos fiscales, atiborrados de deyecciones, excreciones anti-hacendarias de conservadoras evacuaciones.

En unos países más que en otros, incluidas grandes potencias, pocas naciones se salvaron de la pandemia provocada por un micro-bicho y están en terapia no de choque, sino intensiva, apoyados con ventiladores, escafandras y, en fin, resistiendo con todo tipo de ayuda artificial.

A estas alturas, resulta un caso lo que está sucediendo en China que, aunque es el origen del bicho, su economía no saldrá tan raspada como la de los demás, sobre todo la de Estados Unidos que se desfondó (más de 32.9 por ciento fue la contracción).

Acostumbrados a crecer más de 6 o 7 por ciento, ahora los chinos sólo crecerán 1 por ciento, lo que robustece la teoría de la supremacía de los tuertos sobre las castas ciegas.

El tono optimista de “ya empezó la recuperación” frente a la voz del realismo trágico del “retrocedimos diez años”, no debe olvidar que en materia económica y financiera “tocar fondo” significa que después de eso está el “subsuelo”, uno de los círculos de la literatura infernal… o algo quizás peor (la pasividad), previo espacio de calma relativa para tomar algo de aire y esperar el próximo ramalazo.

De modo que a la preocupación del momento debe seguir la reflexión sobre el porvenir… o el “malvenir”, que también suele darse con todo y buenos propósitos, sobre todo cuando lo que se requiere es buscar una nueva alternativa frente a modelos económicos y financieros fracasados, parte moderna de la vieja “ciencia lúgubre”, esa que tanto entusiasmó a los seguidores del historiador Thomas Carlyle por sus furibundos latigazos contra los utilitarios liderados por los británicos Jeremy Bentham y JS Mill y su “máxima utilidad” como fin, al primero defensor a ultranza de la usura bancaria, por ejemplo, igual que cualquier tecnócrata o financiero de nuestro tiempo.

El hecho es que en un reciente informe, el Banco Mundial (BM) arrojó algo de luz sobre la situación actual: sí, será la mayor devastación desde por lo menos 1870 y la pobreza ensanchará su miserable demografía.

Pero algunos países han hecho algo diferente, unos 30, que el malvado microbio “les hizo lo que el viento a Juárez” y saldrán casi indemnes, con alguna escocedura nada más.

“Los pocos mercados emergentes y economías en desarrollo que se espera que eviten las contracciones en la actividad económica este año tienden a ser menos abiertos, más agrícolas y menos dependientes del sector de servicios”, aseguraron economistas del BM en el informe de Perspectivas económicas mundiales, citados por la BBC.

Algunos de esos países que tendrán crecimiento a pesar de los pesares son China y Laos (1 por ciento), Myanmar (1.5 por ciento) y Vietnam (2.8 por ciento), Uzbekistán (1.5 por ciento), Guyana (51.1 por ciento debido al petróleo); Djibouti (1.3 por ciento), Egipto (3 por ciento); ¡Bangladesh! (1.6 por ciento), Bután (1.5 por ciento), Nepal (1.8 por ciento) y 19 países de la África subsahariana, entre ellos Uganda, Tanzania, Senegal.

¿Las causas del crecimiento? Menos integración en el comercio mundial, mayor dependencia de la agricultura, sector servicios más pequeño, menos dependencia del turismo y un reducido tamaño de brotes acompañado de menos restricciones para confinarse.

Nótese tres hechos que los adictos a la globalización globera han trompeteado como el último descubrimiento de la civilización y su presunto progreso y que merecen ser traducidos: mientras unos festejan ruidosamente tratados comerciales internacionales (invariablemente desventajosos), otros llevan a la práctica políticas domésticas industriales; mientras unos lanzan serpentinas y confeti por exportar campesinos mediante esos tratados, otros aprovechan su mano de obra y fomentan la producción en el campo, y en tanto que unos celebran con coñac y escorts la apertura de grandes plazas comerciales, otros simplemente impulsan la industria doméstica, más allá de los parques industriales manufactureros.

Esto quiere decir que esperar a que la tormenta pase por sí sola, que los indicadores retomen su curso en los próximos meses con la reapertura, no es otra cosa que simular una eventual transformación y prepararse sólo para el “malvenir”. Hay muchas cosas que corregir, como se puede ver.

Si algún espectro se pasea en nuestro México no es el del comunismo, como dicen chabacanamente los partidarios del conservadurismo y la hipocresía democrática en sus lances callejeros tras mínimas lecturas del tema, sino el de la simulación, el más pernicioso de la historia, vieja y reciente.

 

 

La barbarie del pikadon y el diario del doctor Hachiya

 

Jesús Delgado Guerrero / Los sonámbulos

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“Si tuviera algún sentido averiguar qué forma de literatura es hoy en día indispensable, indispensable a un hombre que sepa y tenga los ojos abiertos, habría que decir: ésta”.

En esos términos se refirió el Nobel de Literatura, Elías Canetti, sobre el libro Diario de Hiroshima, escrito por el médico Michihiko Hachiya, luego de que el presidente de Estados Unidos, Harry Truman, autorizó que se utilizara la primera bomba atómica contra civiles en esa ciudad que estiman mató al momento a 80 mil personas y dejó otras 70 mil heridas, aunque para 1950 y debido a los efectos provocados entre los habitantes, la cifra de muertos se calculó en cerca de 200 mil.


         El pasado jueves se cumplieron 75 años de aquella masacre generada por el pikadon (fogonazo y estruendo, en japonés), como lo denominaron las víctimas. Al lanzamiento de la bomba “Little Boy”, desde el Enola Gay, siguió el de “Fat Man” sobre Nagasaki tres días después, que dejó como saldo unos 40 mil muertos en el momento y otros tantos por los efectos hasta el año 1950.

En esa forma se comprobó nuevamente que el “Homo sapiens, de espíritu racional, puede ser al mismo tiempo un Homo demens”, como sostuvo el pensador Edgar Morin en su Breve historia de la Barbarie de Occidente, un compendio en el que al final se invita a pensar la barbarie porque, dice, es una forma de contribuir a “recrear el humanismo. Por lo tanto, es resistirse a ella”.

Justamente, el diario del doctor Hachiya es el testimonio-documento del pikadon que debe ser leído y releído para resistirse a la barbarie y tratar de dimensionar lo que el médico –y paciente al mismo tiempo– describió a partir del 6 de agosto y hasta el 30 de septiembre de 1945.

Son retratos vivos de la muerte, anticipos de “muertos andantes” que ahora pueblan películas de zombis, con “rostros que se deshacen, la sed de los ciegos. Dientes blancos que sobresalen en una casa desaparecida. Calles ribeteadas de cadáveres. Sobre una bicicleta un muerto. Estanques rebosantes de muertos. Un médico con cuarenta heridas”, prologó Canetti.

Y es que una mañana cálida y hermosa, con el “agradable contraste que ofrecían las sombras del jardín con el brillo del follaje, tocado por el sol desde un cielo sin nubes”, fue barrida por un intenso resplandor que provocó que un farol de piedra de su jardín se encendiera, en pleno día, a las 8:15 de la mañana, “con una luz más brillante que el día”, narró Hachiya.

Luego, anotó que “las sombras del jardín se desvanecieron, el panorama poco antes luminoso y soleado era ahora oscuro, brumoso… Vi confusas siluetas humanas, algunas parecían ánimas en pena, otras se movían con aire dolorido, con los brazos extendidos muy separados del cuerpo, como espantapájaros… Había algo común a toda la gente con la que me crucé, el más absoluto silencio.”

Herido en el cuello y acompañado por su esposa bañada en sangre, Hachiya, director del hospital de Comunicaciones, hasta tropezó con la cabeza desprendida del cuerpo de un hombre que había sido oficial del Ejército en su camino al hospital de Comunicaciones, del que fue director, para instalarse y auxiliar a las personas.

Después, las escenas reales, con el infaltable olor a sardina quemada desprendido de las fogatas nocturnas con la quema de cuerpos, fundidas en las peores pesadillas del doctor: los cadáveres lo rodean y lo observan, entre ellos el de una niña que tiene un ojo en la mano y “de pronto el ojo comenzó a trepar hacia el cielo y después vino volando hacia mí, de manera que al alzar la vista yo veía una pupila gigantesca, descomunal, más grande que el mundo, que revoloteaba sobre mi cabeza, clavada en mí. El terror me dejó paralizado”.

En fin, la muerte como epidemia, una lectura estremecedora que permitió a Canetti atajar de manera categórica la falsa polémica sobre si fue necesario doblar más a un país ya doblado en ese momento: “Sobre Hiroshima se abatió una catástrofe que fue cuidadosamente calculada y provocada por seres humanos; la naturaleza se haya excluida del juego”.

 

 

 

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