AMLO: Nuevo golpe al neoliberalismo

Miguel Ángel Ferrer / Economía y política
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.    www.economiaypoliticahoy.wordpress.com

Apenas el jueves 2 de abril de 2020, el presidente López Obrador asestó un nuevo y duro golpe al neoliberalismo. Decretó la extinción inmediata de los más de 300 fideicomisos que operan en diversas entidades del gobierno federal y que suman recursos por 750 mil millones de pesos, dinero que será ingresado inmediatamente a la Tesorería de la Federación.

Esos fideicomisos eran el mecanismo legal para que un puñado de bandoleros se apropiaran de una buena parte de la riqueza nacional. Aquí va un ejemplo bien conocido y documentado.

Al jubilarse, un magistrado o ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación recibe una pensión que le otorga el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) de un poco más de 25 mil pesos mensuales, es decir, la máxima pensión autorizada por la ley para los burócratas jubilados. Es el caso, verbigracia, de un profesor de la Universidad Nacional o del Instituto Politécnico Nacional.

Pero para esas personas que antes de jubilarse tenían salarios de 400 mil pesos al mes, los dichos 25 mil les parecían notoriamente insuficientes. ¿Cómo hacer entonces para recibir una pensión mayor?

Pues muy fácil. Se crea, con dinero público, es decir, sacado del Presupuesto de Egresos de la Federación, un fideicomiso, bolsa multimillonaria que sirve para otorgar a esos exfuncionarios jubilados pensiones que actualmente superan los 400 mil pesos al mes.

A esta conducta, verdadero fraude a la nación, se le llama en México darle la vuelta a la ley. Y lo que se dice para la Corte puede decirse igualmente para instituciones, como el Instituto Nacional Electoral (INE) y muchas otras.

El gobierno de López Obrador, desde luego, está necesitado de recursos. Pero se niega a recurrir al expediente de crear nuevos impuestos, aumentar los ya existentes, como el IVA, o incrementar los precios de las gasolinas.

Por ello, antes que asestar esos golpes a la economía popular, López Obrador ha preferido dar fin a una notoria injusticia que sólo beneficiaba a los miembros de la antigua mafia del poder.

Entre sus millones de votantes y simpatizantes ¿habrá alguien que critique esta justiciera medida? No, por supuesto. Las censuras aparecerán, como ya estamos acostumbrados, sólo en los medios de comunicación y en los robots de las redes sociales manejadas por la derecha pripanista, es decir, por fuerzas políticas sin la menor base social y popular. 

 

 

López Obrador y el retorno del keynesianismo

Miguel Ángel Ferrer / Economía y política
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.    www.economiaypoliticahoy.wordpress.com

Como política económica de Estado, el neoliberalismo llegó en México a su fin con la asunción presidencial de López Obrador. Este hecho marcó el finiquito de la esencia del neoliberalismo, es decir, de las privatizaciones de las riquezas públicas. Y, al mismo tiempo, puso fin al otro gran rasgo distintivo del neoliberalismo: la disminución de la participación del Estado en la actividad económica.

Con la llegada de López Obrador a Palacio Nacional, la participación del Estado en la economía ha vuelto por sus fueros para corregir y atemperar las inequidades económicas y sociales que genera el dominio del mercado: enriquecimiento creciente y desmedido de unos pocos y el empobrecimiento, también creciente y desmedido, de la inmensa mayoría de la población.

Dicho en términos de doctrina económica, López Obrador representa el retorno del keynesianismo y, consecuentemente, el desplazamiento de la doctrina neoliberal, igualmente llamada monetarismo.

Por eso la derecha, los neoliberales y sus voceros, decían que López Obrador era un peligro. Entendían que AMLO significaba el fin del neoliberalismo, el fin del “sálvese quien pueda”  y del “que cada quien se rasque con sus propias uñas”. Y que, en contrapartida, representaba el retorno del keynesianismo. O, dicho de otro modo, el fin de las ganancias monumentales a costa de la disminución constante de los salarios, de los ingresos populares y de los servicios públicos, como educación y salud.

Los ejemplos de este retorno al keynesianismo son muchos y están a la vista: pensión universal para las personas mayores de 68 años; becas universales para estudiantes desde jardín de niños y primaria hasta bachillerato; auxilios económicos para madres solteras y personas discapacitadas; inversión pública creciente en salud, educación y otros servicios, cual el transporte masivo de personas, como el metro y el metrobús. Y también, desde luego, en el hasta hoy abandonado sistema ferroviario: el Tren Maya.

 El retorno del keynesianismo, es decir de la intervención del Estado en la economía, además, ha llegado en el momento preciso y cuando más se le necesita. Es, como se está viendo en México y en todo el mundo, la mejor política para enfrentar y vencer a la pandemia del Covid-19.

Sólo un fuerte Estado interventor puede realizar esta ingente tarea, muy lejos de las ilusiones de mejoría social y económica que prometieron falazmente el neoliberalismo y el mercado.

 

 

Panorama alentador del Covid-19 en México

Miguel Ángel Ferrer / Economía y política
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.    www.economiaypoliticahoy.wordpress.com

La presencia del Covid-19 en México (o en cualquier otro país o lugar) se asemeja a una invasión militar extranjera: hay que vencerla. No hay alternativa. Y hay que derrotarla poniendo en acción todos los recursos disponibles y reduciendo al máximo los daños y muertes que esa invasión pueda causar.

Al igual que frente a toda invasión militar extranjera, la mejor estrategia defensiva es la movilización del pueblo. Fue el caso de la defensa de la Unión Soviética frente a la invasión hitleriana entre 1941 y 1945. O el caso de Vietnam ante la agresión yanqui entre 1954 y 1975. O como hizo México para repeler y derrotar a la intervención francesa entre 1862 y 1867. O al igual que ha hecho Cuba ante la agresión de Estados Unidos desde 1959 hasta ahora.

Para vencer a la actual pandemia el más eficaz recurso es organizar y movilizar al pueblo. Es lo que hizo China, que ya ha parado en seco el contagio. Y es lo que están haciendo, quizás un poco tardíamente, Corea del Sur, Irán, España, Italia y muchos otros países.

Sin la cooperación y participación del pueblo la derrota de la epidemia se vuelve imposible o excesivamente costosa en daños y vidas. Con éstas la victoria está asegurada al menor costo posible.

Obviamente México está actuando en este sentido. Y aunque todavía es un tanto prematuro para sacar conclusiones definitivas, ya hay sólidos indicios de que esa invasión será vencida muy pronto. Entre éstos se pueden citar el hasta ahora muy reducido número de infectados. Y la menor cantidad aún de fallecidos (sólo uno o dos hasta el jueves 19 de marzo de 2020).

Hay que reconocer, en consecuencia, la acertada organización y dirección de las medidas defensivas por cuenta del gobierno de López Obrador: eficacia sin aspavientos, sin pánico, y atendiendo oportuna, exclusiva y puntualmente las directrices científicas en la materia.

A que el panorama sea alentador también ha contribuido, ciertamente, que México no tiene, como Italia y España, una gran proporción de habitantes de la tercera edad (más de 60 años). Y la aún menor proporción de individuos de la cuarta edad (mayores de 80), que son los grupos etarios más vulnerables tanto por la propia edad como por las patologías asociadas a esas etapas vitales.

México va en la dirección correcta: la cuarentena, el distanciamiento social, el relativo aislamiento, la higiene, sobre todo el lavado de manos, y el seguimiento disciplinado de las directrices gubernamentales.

 

 

Trump: Ganar la reelección y olvidarse de Maduro

Miguel Ángel Ferrer / Economía y política
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.    www.economiaypoliticahoy.wordpress.com

Con el muy manido y absurdo pretexto de que Venezuela es el punto de origen de los inmensos cargamentos de cocaína que surten al mercado de drogas estadunidense, Donald Trump nuevamente blande la amenaza de hacerle la guerra a la Revolución bolivariana.

No se puede descartar que tal amenaza puede convertirse en realidad, pero hasta un inicial acercamiento al asunto revela que ni Trump en lo particular ni Estados Unidos en lo general se encuentran en condiciones para desatar una guerra que, pretextos aparte, sólo buscaría el derrocamiento del gobierno del presidente Nicolás Maduro y la devolución del poder a la oligarquía criolla.

Esta carencia de las condiciones mínimas permite pensar que las amenazas trumpianas no tienen otro propósito que mantener y elevar las posibilidades de reelección presidencial del magnate neoyorquino. Una variante actualizada de método verborreico que tan rentable y exitoso le ha resultado a Trump en su asalto a la Casa Blanca.

Pero una cosa es pretender ganar la reelección y otra muy distinta derrocar a Nicolás Maduro. En esta pretensión Trump se encuentra en el mismo punto que todos los presidentes yanquis desde el triunfo electoral de la Revolución bolivariana iniciada hace 20 años por Hugo Chávez y continuada por Nicolás Maduro.

Desde entonces y hasta ahora han sido tres las opciones para conseguir un cambio de régimen en Venezuela: magnicidio, golpe de Estado e invasión militar. Y es claro que los dos primeros elementos de esa triada han resultado fallidos. No queda entonces más opción que la guerra directa y en gran escala. Una agresión militar para la que Venezuela lleva preparándose 20 años.

La invasión a una Venezuela mejor armada y organizada que nunca no pasa de ser una posibilidad abstracta. Y más abstracta y lejana tomando en consideración que EU enfrenta en su propio territorio el embate de la pandemia del coronavirus que amenaza con matar a 250 mil estadunidenses en los próximos meses.

Una agresión militar que en los momentos críticos de la pandemia provocaría necesariamente decenas de miles de desplazados que llevarían consigo y propagarían en las naciones vecinas el mortal virus. 

Y eso sin contar que sanos, heridos o mutilados, los soldados yanquis que retornen a EU también propagarían el Covid-19 incrementando el número de contagiados y de fallecimientos en suelo yanqui. De modo que para Trump la disyuntiva es muy clara: hay que ganar la reelección y por un tiempo olvidarse del derrocamiento de Maduro.

 

 

Pin It