Cultura para el consumo

Gerardo Fernández Casanova
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Me sorprendió la cultura cívica que se expresó el pasado 1 de julio. Muchos dudábamos de su existencia convencidos de la enajenación dominante en el pueblo mexicano, incluida la juventud. La realidad de esa afortunada fecha lo desmintió rotundamente; los jóvenes fueron los principales protagonistas, no sólo de la expresión del hartazgo, sino de la construcción de una masa crítica de esperanza y de fe en otro y mejor futuro realizable.

          El regocijo por la expresión arrolladora de la democracia electoral es un aliciente para actuar decididamente para convertirla en democracia social y económica. El triunfo sería efímero si no se corresponde con su concreción en bienestar, lo que implica otro nivel de la conciencia ciudadana; más complejo y delicado. El mejor gobierno del mundo estaría imposibilitado de cumplir la expectativa del bienestar por sí solo; requiere de una gran correspondencia en la cultura y la organización sociales, volcadas a la creación de las condiciones del “buen vivir”.

          La cuarta transformación de la vida nacional pasa por la revolución de las conciencias. López Obrador ha postulado tal necesidad, incluso mediante la formulación de una especie de constitución moral, orientada a cambiar la cultura de la competencia por el tener para crear la de la solidaridad para el ser; pasar de la enajenación consumista a la racionalización del consumo socialmente afirmativo. La locura del consumismo sustento de los afanes del libre comercio  ha llevado al mundo a la brutal destrucción de la naturaleza y, peor aún, a la destrucción de la liga social, económica y cultural, la que sucede cuando se toma la decisión de comprar motivada por factores diferentes al valor intrínseco de la mercancía y se opta por los de artificio, generados por la publicidad, la moda, por el falso prestigio de ser de importación; los atractivos de un envase o la simple comodidad de su empleo; factores estos que, además de engañar, con frecuencia esconden perjuicios en materia de salud individual y colectiva.

          En su vertiente económica es importante que el salario de cada uno apoye al salario de los demás; siempre será más rico. Hay que recuperar el placer de mirar a los ojos entre quien compra y quien vende; el poder “regatear”; cerrar el trato con una sonrisa amable que puede convertirse o consolidarse como una amistad. Todo esto en contrario a lo que sucede en una enorme y hermosa sucursal de una gran cadena, donde mi interlocutor es un simple anaquel, en el que posiblemente me encuentre con una gran variedad de marcas y música de fondo, pero que, al comprarlas, sólo voy a engrosar las arcas de un gigante anónimo y lejano a mi posibilidad de intercambio.

          El libre comercio aparentemente ofrece menores precios al consumidor, por lo menos mientras tenga un salario que le permita consumir. En el conjunto nacional puede preferirse la importación de mercancías más baratas, por lo menos mientras que se tengan los dólares para ello; pero si se importa más de lo que se exporta, como le sucede a México, el déficit se tiene que compensar con remesas de migrantes, con inversiones extranjeras (que no dejan de ser la venta de un tramo del país) o con deuda externa (un asfixiante dogal). Es preferible que no haya remesas de los migrantes porque nadie tenga necesidad de emigrar; es preferible que las inversiones sean del ahorro de mexicanos y, desde luego, es pernicioso recurrir al endeudamiento para poder seguir importando “barato”. Esta es la terrible realidad en que nos han sumido los brillantes tecnócratas que nos han gobernado y que los acabamos de mandar al carajo.

          Fortalecer el mercado interno es aumentar la masa salarial, por aumento del empleo y por aumento de los salarios, agregada por los apoyos en efectivo para adultos mayores y becas a estudiantes. Pero quedaría cojo si esa masa salarial se pierde en la compra de artículos importados en vez de quedarse circulando en el país por la compra de artículos mexicanos. Mexicanos no sólo porque aquí se elaboren, como mera sustitución de importaciones, sino porque aquí los inventamos y aquí los desarrollamos, con los recursos que la naturaleza propia nos aporta y que son parte sustancial de nuestra cultura. Esta sería la base de una correcta política industrial, comercial y de mejora tecnológica, respaldada por un vigoroso impulso cultural. Es parte esencial de la revolución de las conciencias.

 

Maldito oro maldito

Gerardo Fernández Casanova
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El oro ha causado más desastres a la humanidad que la suma de todos los siniestros naturales registrados. Por su belleza y fácil manipulación ha sido material de ornato altamente codiciado acompañando al poder para significarlo. Reyes y jerarcas, palacios y templos lo exhiben en grotesca abundancia que también muestra su grotesca codicia. Luego fue objeto de atesoramiento o acumulación y se empleó para acuñar monedas cuyas caras servían, además, para satisfacer la vanidad de príncipes y poderosos. El oro convertido en alhaja pretende ocultar la fealdad y trocar la belleza por el poder y la posesión. Cuánto sufrimiento se ha pagado para que unos pocos lo puedan poseer. Todo un continente fue conquistado por la codicia áurea, so pretexto de la propagación de la fe cristiana. Cuántas guerras se han pagado con el oro de lo que hoy es América, que no es otra cosa que la sangre de quienes lo han extraído de los fondos del infierno, y cuántas otras se han causado por su dominación. Las naciones respaldan sus emisiones monetarias con su tesoro en barras de oro, excepción hecha de la que tiene el poder de imponer su papel impreso como medio de pago en el mundo. Los especuladores lo usan para doblegar economías e imponer sus dictados. Maldito oro maldito.

          Hoy la minería del oro ya no se hace horadando túneles en la tierra o en la roca para explotar una veta; eso ya se acabó, ya se agotaron tales minas, pero la codicia sigue y, por unas cuantas onzas, remueve miles de toneladas de tierra dejando socavones estériles de lo que antes eran áreas naturales. Esta minería, llamada de tajo abierto, mata. Mata a los pueblos de su derredor; mata a la naturaleza y también mata a quienes se le enfrentan, aquí o en China o, mejor dicho, en países con gobiernos venales que autorizan tal devastación, de los que México ha sido campeón desde 1992 en que Carlos Salinas de Gortari impuso la desnacionalización de la minería, sin mayor argumento y como obsecuente gracia a la imposición del Fondo Monetario Internacional, corregida y aumentada por los gobiernos que siguieron la ruta de la entrega del país. Gran parte del territorio está concesionado a empresas mineras mexicanas (con privatizaciones envueltas para regalo) y extranjeras que vienen a hacer aquí lo que en sus países de origen está prohibido por las leyes de protección de la naturaleza.

          En Morelos resurge, con renovados bríos, la pretensión de explotar la minería de tajo abierto. Digo resurge porque justo hace seis años se había iniciado una de estas explotaciones y pudo el pueblo organizado impedirla, acompañada con el que puede pasar a la historia como el único acto de congruencia del (des)gobernador Graco Ramírez. El domingo pasado diversas organizaciones de pueblos, defensores de la tierra y algunas autoridades, volvieron a ponerse en pie de guerra y marcharon por las localidades afectadas, manifestando la rotunda oposición a la operación de tal depredación. Hay que lograr el mayor respaldo.

          Pero hay algo extraño que me llama la atención. No pareciera lógico que una empresa minera extranjera se lance a la aventura de invertir en este tipo de atraco, cuando está por entrar un nuevo gobierno que se ha mostrado proclive a evitarlos. Sospecho que es una provocación para que, viéndose obligados a renunciar a su pretensión, aduzcan ante el comité que dirime estas controversias entre estados y particulares (donde siempre ganan éstos últimos) y exigir sumas multimillonarias por la cancelación de sus “expectativas de ganancia”. Lo anterior no significa que se detenga la lucha, pero sí que el presidente López Obrador va a tener que lidiar contra estos malandrines y muchos más, por lo que es cada vez más claro que habrá que cerrar filas bajo su liderazgo para salvar al país.

          En el mismo tenor, apareció esta semana un desplegado en el New York Times, por el que inversionistas estadunidenses reclaman una indemnización por 700 millones de dólares a Petróleos Mexicanos y a México, por la cancelación de un contrato de arrendamiento de plataformas petroleras en una empresa llamada Oro Negro. Una jugada que saca a relucir la más aberrante corrupción. Entre los directivos de la empresa está el exdirector de Pemex, Luis Ramírez Corzo, así como el hijo de quien fuera el virrey financiero de Vicente Fox, Francisco Gil Díaz, entre otros cabecillas. La desbordante corrupción a la que tendremos que erradicar todos los mexicanos. AMLO no puede ir solo.

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