Hasta el último aliento

Livia Díaz / Tribuna Comunista
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Jaime Perches Manzano el Viejito, como le decía mi papá el Tobi, el guardián de las llaves de la congruencia ética, el de mejor memoria, y que analizaba tranquilamente y cavilando cada situación que en el Partido Comunista Mexicano, PCM, ocurría. El que recordaba cada cara, nombre, situación, lugar, momento, y necesidades de organización.

Su asesinato pega hondo. Muchos quizá se pregunten ¿quién era ése? El subdirector de Recursos Financieros del Gobierno del Distrito Federal, parte de la historia como tantos hombres y mujeres que han formado este presenteaún oral, y narrada por los testigos de su tiempo de unos a otros.

Soy hija de la última generación, y considero que aún no se ha fabricado la pluma que relate la profunda herida que cava la desaparición de sus constructores. Perches tenía un poder, su conocimiento, su destreza política, que era tal, que afirmaba un acontecimiento y sin lugar a dudas, resultaba finalmente ser el anacoreta de los acontecimientos por su capacidad para comprender a México, su sociedad y sus actores políticos.

          Resentido como muchos, por la concesión en la que los baluartes del PCM se disolvieron en aras del crecimiento y financiamiento del PRD, no fue Perches precisamente el primero en comprender la importancia de la construcción del nuevo partido, pero sí fue una pieza fundamental en la consolidación y trabajo del gobierno del Distrito Federal.

Acompañado siempre por su inseparable secretaria Aurelia, uno pudo verlo en distintos edificios, cargos, empleos. Moderando a veces, equilibrando otras, o “cuchicheando”, como decía.

Incontables ocasiones en casa de mi familia, veo a Perches discutiendo con mi papá, tramando jugadas de dominó, hablando de las elecciones. Perches, en todas las fiestas de cualquier tipo, Perches, en cualquier situación dolorosa compartiendo con nosotros y brindándonos su amistad.

Perches fue preso, testigo de accidentes, asesinatos, persecuciones, represión, clandestinidad, y todo aquello que le causó a los mexicanos pagar un altísimo precio por inconformarse y manifestarse de izquierda, cuando la izquierda en México era apenas la vanguardia de una transición democrática, que nos duró muy poco, que se ahoga, y de la que él ya no podrá dar testimonio.

Asesinado este 27 de septiembre por una bala que nos parece no podrá matarlo nunca, duele, como dicen mis hermanas, porque él ya no estará ahí cuando sea necesario, y él era necesario, indispensable, de esos hombres que son y destacan por su humildad y honestidad, sin aspirar a luminarias ni enriquecimiento.

           Uno que quizá llamarían oscuro por su inescrutable efigie, por su silencio y prudencia, por su sigilosa actuación a cada paso, por su cautela, por su hermetismo, y pero también firme y cabal por su entusiasmo, por dar su vida a sus ideales, hasta el último aliento.

 

 

El sueño vivo de Jaime Perches

Jesús Collins / Tribuna Comunista
EspacioPúEsta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Conocí a Jaime Perches en los años calientes de la Guerra fría y en los días nublados de la Guerra sucia. Me lo presentó Eduardo Montes (QEPD) en la remozada casona del PCM, enclavada en la calle de Durango. Era una persona circunspecta que me impresionó por su mirada profunda y la fuerza de sus grandes silencios, celosamente guardados en la discreción de sus opiniones. Pude valorarlo cuando el partido, en pleno crecimiento ciudadano, al final de los setenta y principios de los ochenta, era “un costal lleno de renos y dinos” con ideas brillantes y contrapuestas sobre cómo emprender la “transición democrática”. Tal vez, estas vivencias se lean mejor al saber que Jaime Perches, tras el movimiento ferrocarrilero, había padecido las secuelas de las represiones militares, carcelarias y laborales, producidas por el panóptico revolucionario del Estado mexicano de los años sin cuenta.

Jaime Perches fue un renovado quijote al servicio de la organización partidaria. Estaba convencido de que el camino para la emancipación del pueblo era unificar el proyecto ideológico. Con esa pulsión vital, fue leal al antiestalinismo de Valentín Campa y al metadiscurso anticaudillsta de Martínez Verdugo. Jaime, con el grupo compacto de Arnoldo, sostuvo un discurso crítico al socialismo de Estado el socialismo realmente inexistente que paralizaba las lenguas disidentes y atenazaba impunemente en el territorio del Gulag. Perteneció a la generación de comunistas mexicanos que no se empequeñecieron ante los prejuicios, el dogmatismo y el despotismo del charrismo sindical establecido.

Perches supo de todos los seísmos y rentismos de la(s) izquierda(s) lombardista y talamantera, confrontándolas, seguramente, debido a que gozaba de una salud mental protodemocrática, cultivada desde la enseñanza materna, y porque soñó, desde joven, con la utopía comunista y una ortodoxia imposible. Formó parte del grupo de compañeros que se propusieron un PCM crítico e independiente del PCUS y lucharon contra las divisiones de la izquierda local e internacional, fomentadas, perversamente, por el marxismo totalitario y burocrático del estalinismo, el maoísmo y el castrismo.

Me encontré nuevamente con Jaime Perches hace un puñado de meses. Le comenté que buscaba una entrevista con el encargado del despacho de gobierno y los bufones de izquierda, que resguardaban las oficinas de palacio me indicaron que lo analizarían. Quizá te sirva de consuelo me dijo, pero a mí no me han promovido y lo he intentado muchas veces. Me platicó que estaba escribiendo un libro sobre el movimiento ferrocarrilero e impulsando con otros compañeros el movimiento Dignidad Ciudadana. Le respondí que me parecía una luminosa contraseña, que debía cuidarse de especuladores electorales y obligaba a encararla tomo una vía abierta, como un objeto deseado para ciudadanos deseantes, en un país donde los derechos ciudadanos-humanos no están plasmados en la Constitución, y no son respetados, ni por la(s) izquierda(s) ni por la(s) derecha(s). Las obligaciones y los derechos ciudadanos-humanos se afirman ejerciéndolos.

Un día antes de que, con su ojo lánguido, la putilla del rubor helado", cobardemente, lo sedujera en su camioneta, hablamos de las deficiencias y la mala calidad de los servicios de salud, el transporte y la paranoia pública en la zona metropolitana. Quedamos de vernos para valorar si publicábamos el libro Socialismo liberal de Carlo Rosselli, un socialista democrático que no tenía dudas de cómo llegar al socialismo libertario mediante el desarrollo del método liberal y el perfeccionamiento de la democracia. Rosselli pensó prematuramente su tiempo. Escribió su libro en plena depresión económica y después de la primera crisis del marxismo que dio paso al revisionismo y a la socialdemocracia. Fue ultimado muy joven por el fascismo y escribió sus reflexiones al iniciar el siglo XX.

Quienes críticamente apreciamos a la generación antimperialista de Jaime Perches y deseamos para cambiar la vida un país democrático, socio-liberal, neorrepublicano y pretendemos reconstruir el actual estado-nación, capturado por intereses privados y globalizado por la economía capitalista, no podemos apagar la luz, dejar de tomar café, guardar silencio, ni endulzar el discurso. No debemos tolerar el capitalismo de compinches ni los gobiernos de compinches. Podemos encontrar, sin populismos, sin caudillismos, ni mesianismos por más legítimos que se perciban, nuevos sentidos participativos, republicanos y neoinstitucionales. Las preocupaciones terrenales, cada vez más mundializadas, son demasiado elocuentes.

El sueño libertario y justiciero de Jaime Perches, y su vía férrea: el socialismo democrático y la utopía comunista, será posible con la radicalización día a día de la democracia participativa y la cimentación de una igualdad básica, mediante la construcción ética de ciudadanos, más saludables, mejor educados y productivamente calificados. El socialismo y el comunismo no resultarán del desastre capitalista (como sostenía el “marxismo-leninismo científico”), serán producto de su éxito y para alcanzar el éxito del capitalismo; el liberalismo y la democracia son los fines y los medios efectivos para lograrlo.

Al socialismo y el comunismo, el perfeccionamiento conceptual del liberalismo y la radicalización de la democracia participativa le son imprescindibles. En la incertidumbre del llamado poscomunismo, han muerto el padre primordial, dios, el rey, el pueblo y el proletariado. Sólo queda vivo el demos. Con la afirmación de las relaciones ciudadanas, organizadas en el espacio público no-estatal, será realizable la asociación libre de productores, el fin de la opresión y la libertad como no explotación, ni dominación.

 

 

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