La tarea de opinar

Sergio Gómez Montero / Isegoría
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Uno cuelga nubes en las paredes
por darle sentido a su vida.
Es como un respirar de pájaros
que huyen, quedándose
S. Ronzon: “Más allá del silencio”.

La opinión se caracteriza, creo, por su subjetividad y, asimismo, por su sentido falible, que la hace augurar acontecimientos que a veces no suceden. Aunque ella, cuando está al servicio de un tercero que le paga (chayote) para que lo favorezca, no puede justificarse desde ningún punto de vista, aunque uno sepa o intuya cuáles son las razones que explican tanto su servilismo, como, ocasionalmente, su afán por querer desestabilizar el rumbo de cosas que se oponen a sus creencias o a las creencias de quienes patrocinan su computadora (la del opinócrata). Como sea, pero, recién, feo resbalón les hizo dar Biden a esos agoreros del desastre con sus más recientes declaraciones respecto al respeto que le otorga a las relaciones de su gobierno con el gobierno de AMLO, con quien, conjuntamente, llevarán a cabo tareas para impulsar la inversión de ambos gobiernos en Centroamérica, a fin de impulsar, ambos, programas de desarrollo en los países del área para tratar de frenar así los procesos migratorios que hoy agobian a los mencionados países, cuando se creía (auguraban los opinócratas oficiales de la derecha conservadora) que eso era virtualmente imposible.

En ese sentido pues, habría que señalar el error de opinión de aquellos que reiteraron una y otra vez, sobre el enfriamiento, a punto de la ruptura, entre nuestros respectivos países, sin tomar en consideración que hoy más que nunca, en lo particular, por cuestiones estratégicas, tanto a México como a Estados Unidos nos conviene, en términos de gobierno, mantener una relación estrecha y colaboradora, más allá de nuestras respectivas, contrarias, formas de ver el desarrollo de las cuestiones sociales a las que tenemos que hacer frente, dado que, cada quien, parte de plataformas sustantivamente diferentes para asumir el desarrollo, hoy, de la humanidad. El respeto a esa diferencia debe seguir siendo hoy la base de nuestra relación, como aparentemente hoy así lo asumen tanto Biden como López Obrador para bien de ambos países, borrando de paso así la falsa concepción de sumisión siempre de nuestro país al gobierno del vecino del norte.

A partir de allí, hoy entonces hay que opinar al juzgar sobre el hecho de cómo serán las relaciones de México y Estados Unidos respecto, en particular, a los asuntos que competen a ambos países, que podemos mantener diferencias profundas sobre nuestras respectivas formas de percibir el desarrollo de nuestra región y del mundo, pero que debemos ser, como hoy, amigables y mutuamente respetuosos a la hora de asumir la solución conjunta de los problemas que a ambos competen y que más de una vez tienen un carácter delicado y complejo.

¿Qué caso tiene, pues, echarle fuego a la hoguera, si cocinar a fuego lento las relaciones entre nuestros países pareciera ser la mejor receta para obtener los mejores resultados tanto a corto como a largo plazo? No tiene ningún sentido hacerle caso a las provocaciones de quienes tal es su tarea para, así, tratar de crearle más problemas de los que ya de por sí tiene la 4T.

Sí, ya sé que es inútil pasar consejos a los necios.

 

 

No hay historia, sólo coyuntura

Sergio Gómez Montero / Isegoría
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No puedes dejarnos el tiempo
sino darnos las claves para descifrar sus acertijos
W. Leyva: “La luz y el polvo”.

Difícil tarea, la verdad, les dejó AMLO a los escasos priistas de hoy: que acudan a sus antecedentes para conocer su historia y serles fiel a ella. Lo difícil de la pregunta está en que los priistas no saben de historia, pues ellos, históricamente, siempre, desde sus orígenes remotos han jugado con la coyuntura como principio, como lo decía en su estudio clásico sobre el partido el historiador Luis Javier Garrido. Es decir, el PRI ha sido siempre un engendro hecho sólo para preservar el poder en manos de aquellos que la coyuntura ha considerado los correctos. Nunca, su actuación, se ha basado en principios o creencias seminales, desde el momento en que nunca le fue fiel a las creencias anarcosindicalistas que alimentaron, por ejemplo, a los constitucionalistas de 1917 y que, se supone, les dieron sustento, en parte, a quienes fueron los fundadores del partido; principios de fundación que acabaron siempre olvidados en aras de lo que exigía la coyuntura para conservarse durante 70 años en el poder.

Así pues, si eventualmente el PRI vota a favor de la reforma eléctrica y del litio que plantea AMLO lo hará sólo por cuestiones de coyuntura más que por otra cosa, tristemente, pues él es, el PRI, una agrupación, hoy en lo particular, carente de principios y por ende de historia que respetar.

            Para Morena la reforma que hoy plantea AMLO es no sólo una cuestión de coyuntura sino de principios, pues fortalecer hoy a CFE y proteger el litio implica no sólo proteger la economía del país y en particular de las clases populares, sino inscribirse cada vez con mayor claridad en la vía de darle un sentido más claro –de sentido social al futuro– al uso de los recursos energéticos del país, ajeno en gran medida al uso privado de esos recursos, impulsado de manera brutal por el neoliberalismo.

Decisión de coyuntura, es cierto, la que está hoy en juego, pero trascendental para el futuro del país, el que estará en la disyuntiva, nada sencilla ésta, de encontrar una vía diferente a la legislativa para impulsar los cambios que el futuro del país requiere, toda vez que no se puede dejar en manos de oportunistas como el PRI el definir con claridad el futuro que el país requiere, pues no ha sido fácil la lucha que desde 2018 (y desde mucho antes, claro) se ha tenido que dar para ir así construyendo poco a poco la transición que no sólo nos está librando de las garras del neoliberalismo, sino, más que nada, de cómo políticamente se pasa de una economía sujeta a los principios de sometimiento de un régimen social sujeto a las reglas del capitalismo a otro, cuya finalidad sería a través de la autonomía y plena soberanía defender cada vez más a fondo los intereses de las clases populares de la sociedad, para así, poco a poco, ir construyendo un nuevo régimen social.

            Como se ve, no poco, pues, es lo que hoy está en juego.

 

 

El México que nunca hemos sido

Sergio Gómez Montero / Isegoría
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En solidaridad con Beatriz Gutiérrez Müller.

Debes llevarme hacia esa verde pradera (…)

Donde no queda ni rastro de vida humana
Ni nada que pueda perturbarme

R. Silva-Santisteban: “Una cadena de ecos y la noche”.

 

Hace semanas, en Vicam, pueblo yaqui, se llevó a cabo una ceremonia para reivindicar los derechos de ese pueblo originario, que particularmente el porfiriato, por la fuerza, había arrancado a los yaquis, llevándolos a trabajar en condiciones de esclavos al Boleo en Baja California Sur (a las minas de cobre de ese lugar) o a Yucatán, en las haciendas de aquellos lugares a trabajar esclavizados el henequén, mientras los porfiristas explotaban impunemente la riqueza minera y agrícolas de las tierras yaquis de Sonora. Repitiendo así la explotación a la que todos los pueblos originarios del país habían sido sometidos siempre en un México que nunca ha sido de ellos. Un México que, siempre, desde tiempos de la Conquista y la Colonia nunca ha sido de los pueblos originarios, pues desde entonces la pérdida de territorio y población de esos pueblos ha sido una tarea que muy poco ha dejado de registrarse hasta hoy.

¿Qué somos, culturalmente hablando? Después de la Conquista y durante la Colonia, el mestizaje tuvo como función desaparecer a las culturas de los pueblos originarios, con la finalidad de integrar, sometiendo, a los miembros de esos pueblos a la cultura civilizatoria (así la denominan los explotadores) dominante, para tratar de crear así una cultura única (la mestiza) por considerarla la única válida. No es pues sino hasta 1994, con el levantamiento del EZLN, en que aparece con claridad el reclamo de los pueblos originarios de Chiapas particularmente y con ellos, en espíritu, el de todos los pueblos originarios del país, por exigir el reconocimiento de sus culturas (lengua, territorio, mitos y costumbres, organización social para el trabajo) en las mismas condiciones que la dominante mestiza y así reconocer la existencia multicultural de la nación. El proceso no ha sido fácil, pues reconocer nuestro carácter multicultural no es una tarea sencilla, dado que ni en nuestras leyes ese carácter de la nación se reconoce y es, por lo tanto, un proceso que sin duda buen tiempo nos va a llevar concretarlo. ¿Cómo hacerlo?

Si bien las culturas de los pueblos originarios existen, existen porque existen en concreto esos pueblos. Sobajados, disminuidos, casi excluidos de los derechos que la ley mestiza actual otorga, quizá ésa sea una primera tarea a realizar: lograr que en la ley se reconozcan en igualdad de condiciones los derechos de los pueblos originarios para convivir en igualdad de condiciones con todos los demás pueblos (no sólo el mestizo) que componen a la nación, la cual a partir de ahora se reconozca como una nación multicultural, en donde a cada pueblo componente de la nación se le reconozca su cultura (territorio, lengua, mitos y costumbres, organización social para el trabajo) y sobre todo población, la que determinará cómo organizarse para participar en el todo nacional.

Sin duda, a partir de allí un nuevo México se comenzará a formar, por más que Aznar, Vox y el PAN digan que eso es comunismo.

 

 

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