Marín y su concepto animalesco del pueblo participativo

Beatriz Aldaco* / Suave matria / RegeneraciónMx
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En Suiza, el Landsgemeinde (siglo XIII) era una reunión de los ciudadanos en
la plaza del pueblo para decidir asuntos de interés público levantando las manos.

Alguna de aquellas añejas y contadas ocasiones en que vi, para conocer y no opinar de oídas, el programa Asalto a la Razón, de Carlos Marín, la réplica que consideré más eficiente fue un simirema (calambur elaborado con ciertas licencias):

“No es lo mismo Asalto a la razón que Haz alto a la razón”.

Y es que lo que me parecía (y me parece, pues no hay visos de que algo haya cambiado de aquel tiempo a la fecha) mayormente ausente en las entrevistas, opiniones y juicios del titular del programa era el apego a datos, información completa y no a medias, preguntas sin afirmaciones implícitas acompañadas de gesticulación excesiva para indicar aprobación o reprobación de lo dicho por la o el entrevistado, cuando lo que importa es la versión de éste y no la del entrevistador. Cualquier buen estudiante de periodismo sabe que esas carencias no se corresponden con un trabajo serio, cuyo fin es informar con la mayor objetividad posible. Pero el comunicador hace honor al simirema haciendo “alto a la razón”.

Vayamos al artículo objeto de esta nota, titulado “Hacia la tramposa consulta ‘popular’”, de Marín. De inicio, las comillas en la palabra “popular” dejan ver la ironía con la que se refiere al pueblo. El término, y evidentemente el conglomerado al que hace alusión, le parecen ridículos.

Aunque don Carlos es muy libre de despreciar al pueblo, en el caso del nombre de la consulta el sentimiento resulta improcedente pues se trata de la denominación legal del mecanismo de participación; tendría entonces que tomar a la Constitución mexicana, y no al pueblo, como objeto de su ironía y de su burla. La consulta sólo tiene sentido si es popular, es decir, si el pueblo es el convocado.

Al inicio del texto repite el entrecomillado y califica a la consulta de constitucional (se agradece la veracidad del dato), “innecesaria y estulta”. Con esto último se entrelleva no sólo al presidente de la república, sino al Congreso y al mismo INE (quien suponemos que es estulto por acatar la ley). No cansado con la enumeración de calificativos agrega el de “idiota” a la pregunta de la consulta. Es decir, le parece idiota la Suprema Corte de Justicia de la Nación por elaborar una pregunta idiota, pero no se atreve a decirlo directamente.

No contento con la hiperadjetivación, endilga el siguiente apelativo a los eventuales participantes de la consulta: “pendejillos de Indias”. Para él, los que acudiremos a votar el 1 de agosto somos animales estúpidos que nos estaremos prestando a una experimentación.

Comprendámoslo, en el fondo Marín debe estar aterrado, de ahí su reacción. Sabe que en el plano federal (porque ya hay antecedentes de ese ejercicio en algunas regiones del país) estamos frente al inicio de lo que puede ser una larga tradición en México: el ejercicio de la democracia participativa. Y los que siempre han menospreciado el poder del pueblo deben detestar esa modalidad de la soberanía popular.

Un buen periodista haría un repaso de la experiencia de otros países (como Suiza o Estados Unidos) en la aplicación de instrumentos democráticos como el referendo, el plebiscito y las iniciativas y consultas populares, para limar, si los tuviere, sus prejuicios. No antepondría a sus opiniones la expresión más común y generalizada entre los que están en contra de la consulta: “para aplicar la ley no se requiere ‘la opinión ciudadana’” (congruente con su desprecio por el pueblo, reincide en el entrecomillado).

A Marín le tenemos noticias. Grandes decisiones legales en el mundo han sido resultado de la participación directa del pueblo. La institucionalización de la república y el rechazo a la monarquía en Grecia en 1974 fue resultado de un referéndum. Pero el tema es muy amplio como para desglosarlo aquí. Se sugiere al conductor revisar, para América Latina, los casos de Argentina, Brasil, Colombia, Venezuela, Perú, Paraguay, Panamá y Guatemala; y para Europa las experiencias en Suiza, Italia, Irlanda, España y Francia, por lo menos, y centrarse en el impacto legal de los instrumentos de la democracia participativa.

A quienes consideran que la democracia, contrario a su significado etimológico, es coto de las élites, debe provocarles escalofríos que los resultados de los ejercicios de democracia participativa tengan un efecto expedito y no haya que aguardar, en ocasiones años, para obtener un resultado que sea fiel expresión de la voluntad del pueblo. Así ocurrió en Mexicali, Baja California, en marzo del año pasado, cuando se sometió a consulta la instalación de una planta cervecera en ese municipio donde el agua es escasa y es uno de los más calurosos de México. La mayoría optó por el NO y, sin mayores trámites, la planta se canceló.

Parece que las comparaciones del pueblo con animales son “lo de hoy” entre ciertos opinadores. Están tan ciegos y sometidos al rechazo del avance democrático, que no han reparado en que la cultura del respeto a los animales desaprueba el tomarlos a éstos como elementos para insultar a los seres humanos, entre otros motivos porque algunos individuos pertenecientes a esta última especie no son necesariamente más inteligentes y generosos que aquellos.

* Escritora, editora, articulista y promotora cultural. Licenciada en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Sonora y maestra en Historia de México por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, es Investigadora y catedrática en las áreas de literatura y humanidades.

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