Belarús y el bumerán de Occidente

Antonio Rondón García / Prensa Latina
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Moscú. La injerencia de Occidente, sobre todo de Polonia y Lituania, en asuntos internos de Belarús, se convierte hoy en un ejemplo del doble rasero empleado contra un país soberano y del efecto bumerán que ello puede tener.

Desde mucho antes del 9 de agosto pasado, cuando se celebraron las presidenciales belarusas, ganadas a la postre con el 80.1 por ciento de los votos por el mandatario Alexander Lukashenko, Minsk denuncia la preparación y financiamiento desde afuera de protestas de la oposición.

En su momento, Lukashenko, reunido en una unidad militar advertía que ahora las guerras se lanzan menos con tropas regulares y más con activistas en las calles para desestabilizar y cambiar por la fuerza a gobiernos.

Tal propósito lo asumieron Varsovia y Vilna con mayor esmero, incluso por encima de la media del resto de la Unión Europea. De hecho, el primer capítulo de esa guerra no declarada contra Minsk fue acoger a la excandidata presidencial opositora, Svetlana Tijanovskaya.

La traductora de inglés de 38 años, que contó con sólo un 10.12 por ciento de los votos, recibió una preparación y tribuna al llegar a Lituania, desde donde llamó a la oposición a recrudecer sus acciones, paralizar carreteras y suspender las labores en las empresas.

Ningún mensaje constructivo como un llamado a la unidad nacional o proponer cambios para futuras reformas políticas nunca salió del discurso de la opositora, que mucho consideran aquí fue preparado por asesores en Occidente.

De hecho, Varsovia se encargó de crear un canal en Telegram y otras redes sociales para no sólo dar a conocer las acciones de la oposición, sino para exhortar desde allí a la violencia social, al desacato y orientar métodos para hacer daño a la policía, entre otras instrucciones.

En Polonia, con pretensiones territoriales en la provincia fronteriza de Grodno, donde por varios años intentó atraer a la población de esa zona con tarjetas para viajar al vecino país, se crearon organizaciones para defender y organizar marchas de mujeres en Minsk. De acuerdo con el columnista Vladimir Kornilov, de RIA Novosti, mientras se trató de las protestas en Minsk contra el gobierno, la violencia de sus participantes contra la policía, transeúntes o centros comerciales ello fue visto como parte de una expresión popular legítima.

Tampoco fue condenado el llamado hecho desde afuera por Tijanovskaya a paralizar la economía, mientras un comité coordinador creado por la oposición fue tratado en Occidente casi como un órgano del Estado.

Pero, aclara el analista, mientras preparaban el terreno para sacar del poder por la fuerza a Lukashenko, incluso con la organización de concursos para iniciativas novedosas en las protestas, Varsovia nunca imaginó que esas experiencias se volverían contra esa nación.

Ahora Polonia, con irrespeto total a la grave situación de la pandemia de covid-19, vive más de una semana de protestas, en algunos casos violentas, contra la decisión que se quiere imponer para prohibir casi totalmente el aborto en ese país de Europa del este.

El gobierno de derecha polaco calculó mal la reacción que podría tener ese asunto en un Rstado mayoritariamente católico, pero, al parecer, con potencial aún para la protesta y presto a aplicar las experiencias tan difundidas por sus medios para salir a las calles en Belarús.

Kornilov considera que, a diferencia del caso de Belarús, nadie, ni siquiera la tan aplaudida Tijanovskaya, se atreve a respaldar la causa de las mujeres polacas que defienden su derecho a alternativas de natalidad.

Al mismo tiempo, algo que nunca se mencionó en Minsk, desde Varsovia se escuchan llamados a imponer ocho años de cárcel a participantes en lo que califican como actos peligrosos para la vitalidad del Estado. Esas personas, sugieren, deben ser tratadas como delincuentes.

Con independencia, reconoce el referido estudioso, de que se puedan calificar de legales o no las acciones del movimiento feminista de Polonia, la reacción de su gobierno y la represión de su policía ponen en evidencia el discurso de doble rasero practicado por Occidente.

El efecto bumerán en este caso demuestra el carácter injustificado e ilegítimo de la injerencia occidental en los asuntos internos de un Estado soberano como Belarús, una experiencia que nadie se atreve a comentar en voz alta en ninguna capital europea.

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