¿Qué biotecnología agrícola es necesaria para México?

 

Yolanda Cristina Massieu Trigo

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Recientemente circuló una carta de científicos especializados en biotecnología en la que se indignaban porque en el reglamento del Sistema Nacional de Investigadores supuestamente se “eliminó” su especialidad. La carta expresaba las razones porque esta área debía tener una comisión propia para evaluar a quienes solicitan ingresar o reponer la membresía al Sistema. Al margen de si hay razón o no en que se mencione específicamente la biotecnología en una Comisión evaluadora (el área quedó incluida en otras comisiones), la carta trae a colación el debate sobre la biotecnología agrícola en el país, su pertinencia para el logro de la soberanía alimentaria, la sustentabilidad y la equidad social.

 

Hay una fuerte tensión entre las empresas agrobiotecnológicas, cuyo producto más polémico son los cultivos transgénicos, y objetivos sociales y ambientales que puedan favorecer a la agricultura campesina y la agricultura sustentable. Desde que aparecieron estas nuevas plantas en el mercado, en los años noventa del siglo pasado, se generó una discusión sobre sus posibles beneficios y desventajas. No tiene precedente en la historia humana una manipulación genética en la que los genes se “cortan” e “intercambian” con técnicas de laboratorio, lo que lleva a que no sea tan predecible el comportamiento de los cultivos transgénicos liberados en campo, pues el ácido desoxirribonucleico (ADN-materia hereditaria que se manipula) no es tan estable. Otro cuestionamiento de fondo es que promover una agricultura transgénica agudiza las consecuencias socioambientales negativas del modelo precedente, de la llamada Revolución Verde, basado en el monocultivo de alto rendimiento con aplicación masiva de agroquímicos. Después de décadas de aplicarse, cada vez es más complicado producir más alimentos de esta manera, la contaminación de suelos y aguas es ya insostenible, y los daños a la salud humana por consumo de cancerígenos derivados de los insumos aplicados es evidente. La reciente polémica por la prohibición de importación de glifosato expresa este problema, pues este herbicida está reconocido como cancerígeno por la Organización Mundial de la Salud. Se usa masivamente en el monocultivo para eliminar malezas, que en ocasiones invaden el cultivo como plagas, pero que también pueden ser manejadas de otra manera en una agricultura biodiversa.

 

La experiencia respecto al maíz transgénico es un buen ejemplo de las tensiones entre intereses corporativos empresariales que promueven activamente estas nuevas plantas y productores campesinos, académicos y organizaciones ambientalistas preocupadas por los efectos socioambientales negativos que la siembra comercial del maíz genéticamente modificado puede causar en la riqueza de variedades, los productores campesinos y la alimentación. A la fecha, este movimiento social ha logrado detener la aprobación de la siembra comercial de maíz transgénico en el país.

 

Urge encontrar maneras sustentables de producir alimentos, especialmente en estos tiempos que el cambio climático afecta radicalmente a la agricultura, y que la pandemia genera cambios profundos en la producción y el consumo alimentario. La agricultura campesina de policultivo y pequeña escala puede ser una respuesta, y hay múltiples esfuerzos de científicos mexicanos para diseñar tecnologías agroecológicas para alcanzar una producción sustentable. El problema es que la promoción de la agroecología enfrenta intereses poderosos de las empresas transnacionales que venden agroquímicos, semillas, maquinaria e insumos para el monocultivo. La virulencia que puede alcanzar esta confrontación se expresó ante la prohibición de la importación del glifosato.

 

Es interesante que el gobierno actual dio hasta 2024 para que se deje de usar el herbicida glifosato en la agricultura, por lo que es muy importante encontrar opciones de producción agroalimentaria sin este agroquímico en ese plazo. Para este objetivo es fundamental la colaboración de organizaciones de productores, instituciones gubernamentales, consumidores y científicos en un trabajo interdisciplinario.

 

 

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