Gobernar con el pueblo

Jorge Faljo / Faljoritmo
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Vayamos a lo básico. La propuesta central de este gobierno es una gran transformación cuyo objetivo último, el planteado en el Plan Nacional de Desarrollo, es que en 2024 la población de México esté viviendo en un entorno de bienestar. Construir un Estado de bienestar no es cosa fácil; se requiere un Estado que sea garante del derecho de la mayoría a una vida digna, sustentada en el trabajo honesto.

Es importante no perder la visión del objetivo para no atorarse en el camino. Las primeras luchas de este gobierno han sido contra la corrupción; sea el huachicol, Odebrecht o la multitud de mecanismos de saqueo heredados. La corrupción parece una hidra de mil cabezas a la que, cuando se le corta una le renacen dos. Es un asunto que demanda atención interminable. Una muestra de las prioridades inmediatas.

Pero la construcción de la gran propuesta por la que votó el pueblo de México requiere más, mucho más. Hay que hacer que el camino no solo vaya en la dirección correcta, sino que sea irreversible.

A dos años de iniciado este gobierno urge que otra de las prioridades planteadas al principio pase a ocupar un lugar central en el diseño de políticas. Hay que echar raíces y afianzar la relación con la población; no desde la figura central, la del presidente, sino desde todas las instituciones, programas y actividades del sector público.

Lo planteó el Plan Nacional: Construir una democracia participativa en la que la sociedad incida en las determinaciones cotidianas de su burocracia. Participar en el diseño, el acompañamiento, la vigilancia, la evaluación y la corrección de los programas públicos es un derecho social establecido… en el papel. No se trata solo de las grandes decisiones, sino del compromiso de este gobierno de consultar a las poblaciones en los asuntos de interés regional o local y someter al veredicto de las comunidades las acciones gubernamentales que las afecten.

Este gobierno tiene la gran oportunidad de hacer efectivo el mandato constitucional de organizar un sistema de planeación democrática que, ahora sí, convierta en realidad los mecanismos de participación y consulta popular.

Se trata de cumplir con el compromiso declarado y, al mismo tiempo, mediante la participación popular, hacer irreversibles los avances y asegurar el legado de este gobierno. Es un asunto de sobrevivencia. Y es una tarea totalmente descuidada.

Borrar la separación entre el pueblo y el gobierno debe empezar por lo obvio, por la Contraloría Social que es el mecanismo ya diseñado en nuestras leyes para que los ciudadanos exijan transparencia, rendición de cuentas y, a final de cuentas, cumplimiento de metas.

Es decir que el gran mecanismo de la participación social y la planeación participativa ya está puesto, delineado en sus grandes objetivos. Pero no se cumple porque la burocracia ha “modulado” los mecanismos de participación hasta hacerlos polvo; reducirlos al cumplimiento meramente formal de sus obligaciones legales.

Del gobierno de Enrique Peña Nieto heredamos casi 322 mil Comités de Contraloría Social registrados. ¿Es una muestra del buen cumplimiento del mandato legal? Pues no. Todo lo contrario. Lo que hicieron las administraciones pasadas fue atomizar los Comités de Contraloría Social hasta reducir cada uno de ellos a supervisar un micro pedazo de la operación institucional.

Pero la perversión fue mucho más allá. Cada programa público promovió micro comités a modo con los cuales, supuestamente, dialogar, construyendo así un falso entramado de participación y dialogo que se empleó. Las limitaciones a la participación en los Comités de Contraloría Social permitieron configurarlos con gente sin experiencia, conocimiento ni capacidad para exigir sus derechos.

Los grandes objetivos y las leyes superiores fueron, fieles a la costumbre, desvirtuadas por reglamentos, normas menores y formatos tramposos que la hicieron inefectiva.

Esta falsa participación construida desde el poder y reproducida por cientos de miles de comités, grupos y contrapartes de los programas funcionó como una manera segura de dividir a las comunidades y en la práctica se contrapuso a las verdaderas representaciones de la voluntad popular en comunidades, barrios y grupos sociales.

De este modo, la Contraloría Social no solo no ha operado en la práctica, sino que fue utilizada para fingir un dialogo inexistente y evitar el surgimiento de una verdadera exigencia de rendición de cuentas.

Ahora, en este gobierno de la gran transformación el Plan Nacional de Desarrollo plantea que los gobernantes manden obedeciendo. Pues la manera de hacerlo es barrer el enorme entramado de falsas representaciones de la sociedad, empezando por los cientos de miles de comités de contraloría social; el 80 por ciento de los cuales se reunió una sola vez, al momento de ser creados bajo la vigilancia de un burócrata.

Pero no hay que desechar el agua sucia de la bañera con todo y niño. El marco legal y sus objetivos superiores son rescatables y deben reconstruirse los reglamentos, formatos y mecanismos operativos específicos para que la Contraloría Social empiece por ser una verdadera representación de los intereses de los pueblos, barrios y comunidades, de ahí ascienda a ser un sujeto que pueda dialogar al tú por tú con las entidades y programas públicos.

Solo así puede avanzar la propuesta transformadora de este gobierno. De otro modo, construir sobre falsas representaciones corre el riesgo de que todo se caiga más adelante.

 

Una enseñanza para Biden y los acuerdos con México

Jorge Faljo / Faljoritmo
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Asumo que para cuando usted esté leyendo este artículo el triunfo de Joe Biden en  Estados Unidos será irreversible. En ese caso la perspectiva habrá cambiado para Estados Unidos, para México y para el mundo entero.

Donald Trump se despide haciendo gala de su estilo. Echando pestes, lanzando acusaciones de fraude electoral, y furioso porque, con pocas excepciones, la elite republicana no se ha lanzado al ruedo vociferando a su favor y prefiere ver los toros desde la barrera. Pocos lo acompañan en sus mentiras y alegatos demenciales.

Todo indica que a fin de cuentas las instituciones estadunidenses son lo suficientemente fuertes y que la transición será mucho menos violenta de lo que se temía. Trump se piensa perdedor y sus acusaciones pretenden dejar sentado que es una víctima del sistema y no un perdedor.

Dicho esto, hay que ver el otro lado de la medalla. Trump es el candidato republicano más votado de todos los tiempos. Sigue siendo líder indiscutible de la población blanca rural y sin estudios universitarios y, al mismo tiempo, es el republicano que más votos ha recibido de negros, latinos y LGBTI (grupo de la diversidad sexual).

Esto es posible porque en 2016 votaron algo menos de 140 millones y en este momento se han contado poco más de 145 millones. Un ejemplo: en el sur de Tejas, en los condados de El Paso e Hidalgo, con alta población de origen mexicano, Biden obtuvo 30 mil votos más que Clinton hace cuatro años; pero Trump obtuvo 67 mil votos más de los que recibió en aquel entonces.

En los mapas electorales los estados y zonas rurales se pintan de rojo, el color de los republicanos. En muchos estados las mayores ciudades son pequeños espacios azules, el color de los demócratas, rodeadas del rojo de los condados rurales, republicanos.

Muchos esperábamos una avalancha demócrata. En cambio, Trump pierde por un pelo de gato. Podría haber ganado si hubiera actuado más como político en vez de aferrarse a sus necedades. Podría, haber continuado con los apoyos a los desempleados, aceptar el uso del tapabocas, ser algo más empático con las mujeres y la población de color; podría haber sido menos patán.

Trump repitió lo insólito; a pesar de quedar en evidencia con sus mentiras, estafas, racismo y demás siguió siendo votado por casi la mitad de la población. Y eso es digno de análisis.

Los demócratas cuentan con la mayoría urbana, la gente con estudios universitarios, los intelectuales y la población más seria. Pero son vistos con desprecio por los menos educados como la versión gringa de los fifís.

Biden, ganador, tendrá que reflexionar sobre cómo el partido de la justicia social y la corrección política, el Demócrata, no haya sabido ganarse a la población rural, los blancos sin estudios, ni, de manera contundente, a los grupos marginados. Estas elecciones prueban que no se han sabido acercar al pueblo marginado. Los que se ilusionaron con el llamado al pasado, a hacer de nuevo grande a Estados Unidos.

De momento todo indica que el Senado seguirá siendo controlado por los republicanos y lo más probable es que éstos sigan una estrategia de obstrucción. Así que Biden tendrá que apostar a ganar el Senado dentro de dos años, en noviembre de 2022. Para ello los demócratas tendrán que acercarse a los que acaban de votar en su contra; los blancos sin estudios superiores, la población rural y obtener mayor entusiasmo de la población de color y latinos blancos.

¿Qué puede ofrecer Biden a estos grupos? Mucho de lo que les ofreció Trump. Reindustrialización de su economía, magna reparación de su infraestructura, impulsar las exportaciones agropecuarias, incremento salarial y comercio exterior menos desequilibrado. Una estrategia que, para bien o para mal, tendrá importantes repercusiones en México.

La relación entre México y Estados Unidos va a cambiar de tono. Con Trump se dio una relación altamente personalizada; bastaba darle por su lado al gordo pomposo y eso lo supo hacer AMLO de manera magistral. Con Biden es previsible que cambie la relación personalizada por otra mucho más institucional, marcada por el cumplimiento de acuerdos formales.

Biden tendrá un análisis de más fondo y querrá un socio que funcione bien, desde su perspectiva. Para México será un socio más confiable, sin el riesgo de caprichos inesperados, pero con el que será más difícil negociar.

Para que Biden pueda obtener mayoría en el Senado, algo tradicionalmente difícil para el partido en el poder, tendrá que seguir la estrategia de generación de buenos empleos, los de la manufactura y los de la exportación agropecuaria.

Trump supo reconocer el fracaso de la globalización. Lo más probable es que Biden tenga que hacerlo también y mantenga el distanciamiento con China. Está en juego la supervivencia de Estados Unidos como primera potencia mundial y es un requisito de la generación de empleos manufactureros bien pagados.

El distanciamiento de Estados Unidos con China abre una importante oportunidad para México; convertirse en el primer proveedor comercial de Estados Unidos. Pero no es algo que nos convenga si vamos a seguir simplemente armando componentes chinos. Aprovechar la oportunidad nos demanda definir una política industrial; algo que la ortodoxia no ha permitido hasta el momento.

Por otro lado, viene un fuerte golpe; la exigencia de incrementar nuestras compras agropecuarias estadunidenses. Eso lo aceptamos al firmar el T-MEC, pero es una estrategia inercial y autodestructiva. Habrá que renegociar si es que esta administración quiere cumplir su promesa de autosuficiencia alimentaria y bienestar rural. Eso no se logra con transferencias sociales; requiere crear un entorno de mercado propicio a la producción campesina. Es decir, un mercado administrado en lugar de globalizado.

Finalmente habrá que cumplir con las clausulas laborales del T-MEC; algo apoyado por demócratas y republicanos. Es decir, verdadera democracia sindical propicia a la renegociación entre trabajadores y patrones y aumentos salariales sustantivos.

Pero si México ya no compite con salarios literalmente de hambre, tendrá que seguir el ejemplo de China; competir con una moneda barata.

El apretado triunfo de Biden tendrá que reafirmarse con cambios en la economía y sociedad estadunidense; nosotros tendremos que ajustar el paso, no hay de otra.

 

 

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