AMLO: Pragmatismo de estadista

Gerardo Fernández Casanova
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El presidente López Obrador agregó un nuevo éxito en su tarea de transformar la realidad mexicana. La reciente visita de trabajo a Washington para celebrar la entrada en vigor del Tratado de Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) logró recuperar la respetabilidad de la soberanía de nuestro país, tan deteriorada en los últimos años. Destaco este resultado por ser piedra angular de una sana relación con un vecino que tradicionalmente nos ha sido muy incómodo. Carente de tal principio la relación deviene en vasallaje colonial, condición que cancelaría el anhelo legítimo de asumir el futuro como producto de nuestros afanes de justicia, libertad y bienestar, en los términos de la promoción y defensa del interés nacional. Enhorabuena, por fin los mexicanos tenemos un representante digno e inteligente estadista.

          La inteligencia del estadista le llevó a ser él quien tomase la decisión de cuándo acudir a Washington. Lo tradicional era hacerlo inmediatamente después de la elección o de la toma de posesión sin mayor cuidado a la relación de fuerzas, más como una cortesía al poderoso que como una ocasión de negociación de intereses. López Obrador escogió el momento preciso, la oportunidad única, en la plenitud de su poder político interno y en la mermada autoridad moral del visitado. El T-MEC sirvió de excelente pretexto, pero lo importante consistió en contar con la seguridad de que Donald Trump estaría atado de manos para cometer uno más de sus usuales desplantes de prepotencia, con lo que el presidente López Obrador dispondría de un mayor grado de libertad para expresarse con el rigor y la dignidad buscados, sin abandonar por ello un lenguaje pertinentemente diplomático. Entre otras cosas importantes, AMLO no desmintió lo por él escrito en 2017, en su libro Oye, Trump; tampoco hacía falta reiterarlo, quedó como prolegómeno de la relación.

         En ese documento impreso, el autor dejó en claro su exigencia de respeto a la soberanía nacional, a la dignidad de los migrantes mexicanos y al reclamo de una respetuosa colaboración para el desarrollo en igualdad. No fue diferente el discurso oficial del presidente Andrés Manuel en la visita comentada, sólo adoptó la forma diplomática del estadista. En otro momento de la historia tal discurso hubiese sido motivo de la cólera del huésped. El pragmatismo no implica indignidad.

         La circunstancia obligó al blondo troglodita a reconocer la calidad y el valor de la inmigración mexicana a Estados Unidos, tan vilipendiada en su acostumbrado discurso. Por sí sola, esta declaración es suficiente para justificar la visita y para calificarla de exitosa.

      En otro aspecto, el de la política interior mexicana, el trato respetuoso al presidente mexicano conlleva un mentís a los clamores de la escuálida derecha pro yanqui que siempre buscó, y sigue buscando, el apoyo imperial para sus afanes de recuperar los privilegios perdidos ante un gobierno de corte popular y nacionalista. Se quedaron con las ganas y, carentes de vergüenza, reclamaron por no haber sido invitados a la reunión. Vaya cinismo.

         Un ingrediente significativo fue la manifestación de la simpatía de los mexicanos radicados en USA, festejando y saludando con la consigna de ser un honor estar con Obrador y la de no estás solo. Para un político del tamaño de AMLO, tales manifestaciones aportan a la firmeza de su definición pública, pero para la circunstancia electoral estadunidense, significa la confirmación del peso político del electorado mexicano y latino, con el cual tendrán que negociar los partidos y los candidatos en contienda. López Obrador sólo los valorizó pero se cuidó mucho de ofrecerlo a algún candidato.

          Ignoro si el tema del intervencionismo del embajador haya sido materia en las conversaciones. Pero estoy seguro de que en adelante el funcionario tendrá que moderar su actuación y respetar la soberanía del país.

          Para terminar tengo que admitir, con absoluta honestidad, que mi postura era contraria a la visita. Ni Trump, ni los Estados Unidos ni el T-MEC, son santos de mi devoción. Veía con escepticismo la tan comentada visita. Pero, con la misma honestidad, confieso que nuevamente me veo obligado a reconocer la talla de estadista del presidente López Obrador y su condición de servidor del pueblo de México.

 

 

Mal momento pero buen gobierno

Gerardo Fernández Casanova
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Se cumplieron dos años del arrollador triunfo electoral de la coalición Juntos Haremos Historia, encabezada por Andrés Manuel López Obrador. Es el hecho histórico de mayor relevancia de los  últimos cien años, para bien o para mal, según el criterio de cada quien. Dos tercios de la población, dentro de los que me incluyo, lo consideramos para bien y apoyamos al presidente y al proyecto de transformación que conduce, según encuestas razonablemente serias de la prensa que, por cierto, no es afín a la figura del presidente. Lo cual le otorga grado de verosimilitud.

         El hecho fue conmemorado en coincidencia con la presentación del VI Informe Trimestral de Gobierno –ejercicio democrático instaurado por López Obrador, sin tener carácter obligatorio– con la austeridad y la sobriedad característica del personaje central, en el antiguo recinto de la Cámara de Diputados ubicado en el Palacio Nacional, que hoy forma parte del museo del sitio, teniendo como único testigo presencial al gabinete de gobierno, ante las condiciones impuestas por la precaución sanitaria, tan desafortunada.

         Desafortunada es, en efecto, la circunstancia en la que nos coloca la pandemia de covid-19 y la secuela desastrosa del freno a la economía nacional y personal, debidamente calificadas ambas como catastróficas. Son tales circunstancias y las respuestas institucionales, las que llevan a la mayoría de la población a ponderar a un buen gobierno. Somos muchos los que enjugamos el sudor de la frente ante la suposición de lo que implicarían en caso de que no se hubiese registrado la hazaña del 2 de julio de 2018; con toda certeza estaríamos en el peor de los infiernos dantescos.

        La pandemia ha sido procesada con gran eficacia técnica sanitaria y con enorme sabiduría política, ésta caracterizada por el estricto apego a las determinaciones del equipo de expertos epidemiológicos y por su ejercicio en absoluta libertad y respeto a los derechos humanos. La opción consistió en una fórmula de llamado a la confinación, acompañada de un vigoroso esfuerzo de información veraz; desde febrero se presenta un informe diario del comportamiento de la enfermedad, indicando a la población las recomendaciones pertinentes y dando respuesta puntual a los cuestionamientos de la sociedad, sin importar si son de buena o mala fe. En paralelo se aplicó un denodado esfuerzo de reconversión y construcción hospitalaria para atender a la demanda de servicios de salud derivada de la pandemia. Por la primera de las medidas se logró  la contención de la velocidad de expansión de los contagios, con lo que se acompasó con la súbita expansión del número de camas y equipos para su atención. Salvo un breve caso de saturación registrado en Acapulco, en todo el país hay un margen suficiente de seguridad (30% en el peor de los casos). No ha habido una sola defunción por falta de cupo hospitalario, de disponibilidad de respiradores o de personal de salud, de los cuales se hizo la contratación de más de 40,000 médicos y enfermeras. Son muy pocos los países que han logrado esto; Nueva York es un lamentable ejemplo de lo contrario.

          En lo económico, el siniestro ha sido descomunal, cuyo único beneficio es que ha dado lugar a la total muerte del modelo neoliberal en todo el mundo. El severo impacto ha llevado a la humanidad a comprender, a punta de descalabros, que ya no puede seguir alimentando un régimen de acumulación de la riqueza en pocas manos, mientras la gran mayoría carece hasta de lo indispensable. Especial énfasis se registra en términos de la cultura alimentaria, cuya degeneración utilitarista ha derivado en obesidad, diabetes e hipertensión, tanto o más graves que el propio coronavirus. El reclamo generalizado es por lograr una economía que se centre en el ser humano antes que nada.

        El régimen de la 4T desde siempre ha postulado esta concepción de la economía y la crisis le viene como anillo al dedo para implantarla. La definición fundamental radica en el cambio radical de las acciones anticrisis: en vez de rescatar bancos y empresas como siempre fue (Fobaproa por ejemplo) ahora se trata de rescatar la economía del común de la gente, volcando recursos sin precedente a entregar dinero efectivo a la población vulnerable (más de 30 mil millones de dólares) así como proporcionar créditos a la palabra a pequeños productores o prestadores de servicios.

         El momento es terrible pero tenemos un buen gobierno. Vale.

Amables lectores: Me importa mucho conocer su opinión respecto de las que en estos artículos expreso. Agradezco mucho a quienes así lo hacen, incluso para manifestar desacuerdo.

Siempre es preferible la comunicación; el monólogo me aburre. 

Un abrazo.

 

 

 

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