La doma del tigre

Jorge Faljo
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Con el motivo, o pretexto, de celebrar la firma del T-MEC se reunieron los presidentes Andrés Manuel López Obrador y Donald Trump. Fue un encuentro que, conforme a la usanza de anteriores nuevos presidentes mexicanos, había sido postergado por mucho tiempo.

Lo habían impedido el trato muy ofensivo de Trump hacia los inmigrantes mexicanos; dijo que eran lo peor de México y los señaló como violadores y distribuidores de drogas; hizo del muro fronterizo el eje de su campaña presidencial; encerró a migrantes indocumentados, incluyendo niños y separándolos de sus familias; declaró que el anterior TLCAN fue el peor tratado comercial de la historia y que México se aprovechó de su país atrayendo empresas y empleos.

Los agravios del energúmeno de la Casa Blanca fueron muchos e ir a Washington en esos momentos habría sido extremista: implicaba una aceptación implícita del maltrato; o se daba una confrontación abierta.

Trump bajó el tono por su propia necesidad política de presentar al nuevo T-MEC como un triunfo personal y acercarse a un sector del electorado estadunidense, el que allá llaman “hispano”. Aún con esta nueva moderación López Obrador corría el riesgo de caer en alguno de los extremos de sumisión o confrontación. Fue un extraordinario acto de equilibrio evitarlos.

López Obrador no se sometió. En su discurso hubo elementos que, dichos en otro momento, o de otra manera, habrían provocado la furia del energúmeno. ¿Qué fue lo más substantivo?

Trump habló primero y evidentemente había leído el discurso de AMLO, no podía haber sorpresas. No las hay en ese tipo de encuentros. Sabía que el presidente de México le diría en su cara y frente a los medios que la comunidad de mexicanos y sus descendientes eran gente buena, trabajadora, honrada.

Lo verdaderamente importante es que Trump se adelantó hablando bien de los mexicanos en Estados Unidos; dijo que engrandecen a sus comunidades, son muy trabajadores, poseen gran número de pequeños negocios y son excelentes empresarios y son muy, muy, exitosos. Empleó los mejores elogios de su escaso vocabulario.

El presidente de México remontó la emigración mexicana a Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial cuando México lo respaldó con mano de obra de trabajadores documentados y conocidos como braceros.

AMLO le dijo a Trump que, al momento de la expropiación petrolera, el estadista más poderoso del continente americano, el excelentísimo presidente Franklin D. Roosevelt la aceptó y con ello afirmó la soberanía de los pueblos del continente. Añadió que, guardadas las proporciones y circunstancias distintas, es posible entendernos sin prepotencias o extremismos. Un mensaje muy pertinente al momento actual, nada sumiso, y que al mismo tiempo le dice a Trump, textualmente, que se puede ser muy poderoso sin prepotencias o extremismos. ¡Pácatelas!

Hablando en plata, es decir sobre la relación económica de los países de la América del Norte, López Obrador planteó como problemas centrales el déficit comercial y la pérdida de peso económico de la región. Dijo que mantenemos con el resto del mundo un déficit de 611 mil millones de dólares, lo cual se traduce en fuga de divisas, menores oportunidades para las empresas y pérdida de fuentes de empleo. En 1970 la región representó 40.4 por ciento del producto mundial y ahora esta participación en la economía global ha bajado a 27.8 por ciento.

Así abordó una preocupación central de Trump, el déficit estadunidense y su creciente rezago económico, enfatizando que estamos en el mismo barco.

AMLO va mucho más allá y le hace una propuesta que por su importancia transcribo integra:

“… el tratado es una gran opción para producir, crear empleos y fomentar el comercio sin necesidad de ir tan lejos de nuestros hogares, ciudades, estados y naciones. En otras palabras, los volúmenes de importaciones que realizan nuestros países del resto del mundo pueden producirse en América del Norte con menores costos de transporte, con proveedores confiables para las empresas y con la utilización de fuerza de trabajo de la región.”

         Decir que las actuales importaciones pueden producirse en América del Norte es una propuesta enorme que puede traducirse así: dejemos de aprovisionarnos en China. México puede ser el gran proveedor de Estados Unidos. Solo que convertirnos en el gran proveedor de Estados Unidos no resuelve el tema de que son muy deficitarios; en lugar de ser deficitarios con China pasarían a ser deficitarios con México.

Así que la propuesta de AMLO tiene otra enorme implicación. México también dejaría de ser deficitario con Asia y China en particular. En 2019 le compramos a China 76 mil millones de dólares más de lo que ella nos compró a nosotros; para el conjunto de Asia nuestro déficit fue de 140 mil millones de dólares. Un déficit que podemos sostener gracias a los dólares que nos da el superávit con Estados Unidos.

Ésta ha sido una queja central de Trump y su equipo que maneja el comercio exterior. Y AMLO le ofrece resolverlo cuando emplea el plural para proponer que toda la región deje de ser deficitaria.

Lo que implica que México reduzca enormemente sus compras en Asia, obviamente no de un día para otro, para que estos bienes se produzcan en la región. Es decir que sustituiríamos esas importaciones por otras hechas en Estados Unidos y Canadá y, lo más, mucho más importante: Por producción hecha en México.

Trump es un energúmeno ignorante; pero ésta ha sido una de sus banderas y en términos políticos lo que se le pone sobre la mesa es que, en vez de volver a su racismo antimexicano, su campaña se base en una reconfiguración económica de gran magnitud.

El asunto es si AMLO está realmente dispuesto a hacer su parte; trabajar tres vertientes: poner aranceles a las importaciones asiáticas; acordar con Estados Unidos que en adelante habrá una verdadera preferencia comercial mutua; y diseñar una política industrial substitutiva de importaciones y concertada con el sector empresarial mexicano. Al que se le abriría un enorme campo de inversión y desarrollo.

Si nos vamos por ahí nos espera un futuro promisorio.

 

 

El T-MEC, un clavo ardiendo

Jorge Faljo
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Tras el TLCAN tenemos ahora un nuevo tratado de libre comercio conocido en inglés como USMCA y en español como T-MEC y que es celebrado en los tres países. Donald Trump invitó y AMLO irá a Washington en un par de días con el argumento de ratificarlo con la ceremonia correspondiente. Todavía no se sabe si acudirá el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau. La visita del presidente de México es muy criticada aquí y allá porque se piensa que será interpretada como un espaldarazo a la reelección de Trump; no cabe duda que este último querrá manejarla de ese modo ante la comunidad de ascendencia mexicana.

Trump presenta el T-MEC como un triunfo político tras sus ataques al TLCAN como el peor tratado comercial de la historia estadunidense; un tratado injusto que propició la salida de empresas y empleos que se instalaron en México y que generó un fuerte déficit comercial estadunidense.

Con este discurso se temía lo peor. Trump en momentos amenazó con poner aranceles a las importaciones mexicanas y hasta cerrar fronteras, como parte de un discurso de odio calificó a los migrantes como delincuentes y violadores.

El nuevo T-MEC constituye un respiro para México y Canadá porque se piensa que contendrá las amenazas proteccionistas del presidente estadunidense, lo alejará de comportamientos caprichosos y lo ubicará en un marco de contención legal. Veremos dijo el ciego.

Sin embargo, en Estados Unidos se sigue presentando al T-MEC como un acuerdo que permitirá avanzar hacia un comercio equilibrado por una doble vía; que Estados Unidos substituya internamente algunas importaciones provenientes de México y que seamos mejores clientes de la producción estadunidense. Esto se inscribe en el T-MEC en porcentajes más altos de insumos de origen trinacional en las exportaciones de automóviles ensamblados en México. También en la idea de que seremos mayores importadores de productos agropecuarios.

Una novedad muy importante es que ahora la producción de exportación mexicana debe ser realizada en mejores condiciones laborales; con democracia sindical, salarios y condiciones dignas de trabajo. Se prohíbe el trabajo infantil. Esto será crecientemente supervisado y el incumplimiento podría llevar a cerrar la importación proveniente de las empresas en falta.

No es claro en qué medida se aplicarán las principales modificaciones. Sin duda será de acuerdo al interés estadunidense del momento. Son pragmáticos, podrán hacerse de la vista gorda en algunos casos y en otros “descubrir” y reclamar incumplimientos.

Pero el contexto en el que se firma el nuevo T-MEC es particularmente difícil. La parálisis económica ha llevado a la pérdida de más de 50 millones de empleos en Estados Unidos y a la pérdida de ingresos de unos 12 millones en México (aquí no digo empleos porque los más afectado es la ocupación informal).

México y Estados Unidos enfrentan una grave reducción de la demanda y la recuperación económica tendrá como eje ineludible conseguir que la recuperación paulatina de la demanda se concentre en la compra de la producción interna.

Nuestro interés, que debe convertirse en práctica, es que la demanda interna y en particular la generada por transferencias sociales, se ejerza comprando alimentos y satisfactores básicos producidos en México. Es lo propuesto en el Plan Nacional de Desarrollo que ahora es aún más relevante.

Pero Estados Unidos espera que incrementemos nuestras importaciones agropecuarias. Y en el otro lado de la medalla sus productores no quieren competencia mexicana y contarán con argumentos como el maltrato laboral en la producción industrial y la mano de obra infantil en la de hortalizas.

Estados Unidos ya se encuentra en feroz campaña electoral y las encuestas no favorecen a Trump, por lo que no se pueden descartar desplantes nacionalistas, proteccionistas y antimigratorios inesperados.

Los enfrentamientos serán fuertes; tal vez el tratado brinde mecanismos civilizados para discutirlos y llegar a arreglos que no nos serán del todo favorables pero que tendremos que aceptar bajo la perspectiva de que podría ser peor.

El TLCAN ha sido glorificado de manera absurda. Permitió que a lo largo de 26 años las exportaciones mexicanas crecieran a una tasa promedio anual de 8.4 por ciento, pero no incidió favorablemente en el conjunto de la economía. Creamos un sector exportador industrial de propiedad externa que básicamente era importador de componentes chinos. Ni siquiera este sector era competitivo a nivel internacional, solo con Estados Unidos. El crecimiento interno fue notoriamente menor al de la mayoría de los países.

Entre 1994 y 1996 las exportaciones industriales de México a Estados Unidos crecieron en un extraordinario 80 por ciento; y el país tuvo cinco años de crecimiento dinámico con tasas de alrededor de 5 por ciento anual de 1995 al año 2000. Pero esto no se debió al TLCAN sino a la devaluación de fin de 1994 y principios de 1995. Es devaluación permitió en un principio la reactivación de la producción mediante el uso de capacidades instaladas existentes; prácticamente sin crédito ni nueva inversión.

La devaluación nos hizo nos hizo altamente competitivos hasta que la entrada incontrolada de capitales externos abarató el dólar.

China se convirtió en el gran productor mundial sin necesidad de tratados de libre comercio; esos los hizo después.

México con múltiples tratados ha tenido un crecimiento entre modesto y deplorable. Caracterizado en la mayor parte de estos últimos 26 años por el empobrecimiento continuo de la población y la necesidad de millones de emigrar para sobrevivir ellos y sus familias.

El T-MEC es un clavo ardiente que no nos sacará de apuros. Tal vez por eso AMLO dijo, con sobriedad, que el nuevo tratado ayudará a las familias de mejores ingresos y el gobierno apoyará a los sectores de menos recursos. Pues sí, el nuevo tratado puede ayudar a preservar lo construido mediante la estrategia de globalización dependiente.

Sacar adelante al país requerirá dejar atrás la visión de que el crecimiento de arriba terminaría por incluir a los de abajo. Ahora es imprescindible y urgente generar un crecimiento de abajo hacia arriba. Reactivar desde la producción campesina e indígena de traspatio y pequeñas parcelas; la de los talleres, micro y medianas empresas.

Enfrentar la crisis impone nuevas formas de regulación del mercado que reconecten la demanda con la micro producción; un gobierno fuerte aliado a una organización social democrática y solidaria creciente.

Si no, no salimos de esta, porque el T-MEC, en definitiva, no basta.

 

 

Pin It