Coronavirus en el México rural:

Vulnerabilidad y problemas añejos

 

Yolanda Cristina Massieu Trigo

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Debido a que el impacto más agudo y evidente de la pandemia del covid-19 se observa en las ciudades, se conoce menos lo que sucede en la sociedad rural, señalaré algunas especificidades. Las agroindustrias, como las empacadoras de productos frescos para exportación y mercado nacional, implican condiciones de cercanía de los trabajadores (muchos de ellos con salarios precarios y viviendas con carencia de servicios), que son un foco de infección si no se toman las medidas adecuadas. En cuanto a la carne, en los rastros y empacadoras también existen condiciones sanitarias y laborales que hacen difícil aplicar la sana distancia y las precauciones necesarias. La ganadería industrial, que implica condiciones crueles de animales hacinados con el sistema inmunológico debilitado, siguen siendo centros de transmisión de enfermedades, con condiciones en las que se facilita la transmisión de virus de estas especies a los humanos. Estas formas de producción son las que dominan en el abasto de alimentos, que no se ha interrumpido, y proporciona comida no muy sana a las ciudades.

 

El medio rural padece de una escasez y precariedad alarmantes de servicios médicos. En comunidades pequeñas es frecuente observar centros de salud que carecen de lo básico, con el hospital más cercano a considerable distancia y  también operando con escasez de recursos. El director del Instituto de Salud para el Bienestar, Juan Antonio Ferrer declaró recientemente que se buscaría contratar al menos a 2 mil médicos y personal de enfermería para las zonas rurales. Según la Organización Mundial de la Salud, se deben tener al menos 3.4 médicos por cada mil habitantes, en nuestro país apenas tenemos 1.6. Gobiernos anteriores dejaron hospitales sin terminar, inaugurados con bombo y platillo, el secretario de Salud Jorge Alcocer Varela ha declarado que se requieren al menos 8,000 millones de pesos para rehabilitarlos, muchos de ellos beneficiarían a zonas rurales.

 

Desde el gobierno se hacen esfuerzos urgentes para que los centros de salud rurales ofrezcan servicio y los médicos que ahí laboran tengan capacitación y medios para identificar y tratar casos de covid-19. La carencia de servicios es otro factor de riesgo, pues muchas comunidades rurales carecen de red de agua potable, electricidad e internet. Esto último es una limitante para las opciones de educación en línea que se han vuelto necesarias.

 

Los jornaleros que trabajan en la producción de exportación y nacional para producir frutas, hortalizas y flores por salarios ínfimos y laborando en jornadas extenuantes, son especialmente vulnerables por las condiciones de hacinamiento y mal transporte que padecen. Las mujeres indígenas rurales enfrentan crecientes condiciones de violencia, como denuncia la Coordinadora Nacional de Mujeres Indígenas. La alimentación es otro factor de riesgo, pues la comida chatarra y bebidas azucaradas han hecho estragos, los refrescos se consumen masivamente en zonas de carencia de agua potable.

 

Todo ello conforma un escenario con comunidades rurales en franca desventaja ante la enfermedad. En contraparte, las propias condiciones físico-geográficas y demográficas favorecen la sana distancia, que es más sencilla cuando no hay las aglomeraciones de las grandes ciudades, pero el frecuente lavado de manos es en muchos casos imposible por la carencia de agua.

 

Ante este panorama desolador hay alternativas propias del modo de vida campesino y la organización social: un pequeño productor diversificado, que no le apuesta a un solo producto para obtener su ingreso, estará mejor preparado que el que depende de un solo producto ante la crisis económica generada por la pandemia. Para salir de la crisis económica que se avecina, es necesario fortalecer y apoyar al abundante número de iniciativas locales existentes, tales como cooperativas y organizaciones diversas de productoras y productores de miel, café, artesanías y ecoturismo, entre otras, y la gran población de pequeños agricultores que dependen de su siembra y producen alimentos.

 

En municipios que aún están libres de la enfermedad, los gobiernos y organizaciones locales han decidido instalar retenes para limitar el acceso, miden la temperatura y no aceptan ingreso de personas que no tengan motivos esenciales. En Oaxaca, por ejemplo, la Unión de Comunidades Silvícolas de la Sierra Juárez tomó la decisión de restringir las actividades de los comercios que no son de primera necesidad, y todos sus centros de ecoturismo y restaurantes están cerrados, pero han continuado con restricciones las labores en las empresas comunitarias, de las que dependen muchas familias. Los afiliados son además beneficiarios de los recursos ahorrados por su organización en lo que se normalizan las actividades.

 

Aún falta camino por recorrer para salir de la pandemia, que sorprendió a nuestro país con muchas carencias y dificultades, lo brevemente expuesto fundamenta que la sociedad rural es muy vulnerable ante ella, pero también que hay ejemplos de organización colectiva que dan claves para enfrentarla de la mejor manera posible.

 

 

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