Las diferencias

Raúl Moreno Wonchee / La nave va
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

La democracia mexicana es inacabada porque debe responder a las crecientes necesidades de participación popular. Pero hay otra democracia, falsa e inacabable, de quienes apelan al pueblo con actos cuyas consecuencias contradicen sus  promesas. Esa democracia intrusa busca imponer a troche y moche fórmulas como el voto directo y secreto. No distingue las distintas cuestiones a resolver ni la naturaleza de la institución u organización donde tiene lugar la decisión a dirimir. A ver: en el Estado, las elecciones de presidente de la república y de gobernadores, se hacen en comicios generales con voto universal, directo y secreto, y que la pluralidad expresada por los partidos y candidatos permita a todos los ciudadanos elegir libremente entre las distintas opciones; en los otros poderes del Estado las elecciones se organizan con sus propias modalidades para atender la función respectiva: en el Poder Legislativo integrar representaciones políticas capaces de acordar leyes incluyentes; en el Judicial, que hasta donde sea posible la política quede al margen, y los conocimientos jurídicos y la experiencia determinen los nombramientos de los jueces. Que en las universidades, cuya función es generar y transmitir conocimiento y cultura, sean los que saben y enseñan el factor más importante en las decisiones. Y en las organizaciones sindicales defensoras de los intereses económicos de sus agremiados, deben ser éstos quienes definan las formas idóneas de representación que garanticen la unidad de los trabajadores, e impidan que intereses patronales o políticos la vulneren. ¿Por qué, entonces, el gobierno les impone formas electivas ajenas a la vida sindical proclives a promover discordia y división? La intervención del gobierno en los sindicatos se parece más al fascismo que a la democracia.

 

 

Democracia y autoestima

Raúl Moreno Wonchee / La nave va
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Si en México la vida no vale nada, mucho menos la democracia. Bueno, lo de la vida es una forma de reafirmar el instinto de conservación negándolo, un intento de aparentar una valentía extrema que exhibe un temor que se busca ocultar. Y lo de la democracia, por el estilo: valor primigenio de la idea nacional de la que, ni por un extremo ni por el otro se le puede desvincular. La nación mexicana es fundada por Hidalgo y Morelos con la supremacía democrática de la insurgencia. Luego los federalistas la unifican, los liberales le atribuyen laicidad y soberanía. Y en la lucha armada revolucionaria se forja la Constitución de 1917 con la que desde entonces defendemos su independencia e integridad, y sustentamos la convivencia pacífica y civilizada, lo que ha propiciado que el trabajo y el talento de los mexicanos haya construido un país del que tenemos sobradas razones para estar orgullosos y que es visto en el mundo con estimación y respeto. También es cierto que México sufre grandes carencias y que la desigualdad es una grave injusticia y un obstáculo para el desarrollo. Pero hoy no sólo tenemos instituciones aptas para avanzar en la superación de los problemas nacionales, también la experiencia política que puede corregir malas decisiones. Si la revocación de mandato y la drástica disminución del subsidio a los partidos no hubieran sido derrotadas en el Congreso, en las próximas elecciones federales la intervención del presidente avasallaría a los partidos ya debilitados por la severa merma de sus recursos. Esa distorsión mutilaría al Poder Legislativo. Alguna mezquindad buscaba el Ejecutivo en tan inicua inequidad que dañaría gravemente la institucionalidad política y la autoestima democrática de la sociedad mexicana. Esa derrota quizá entristezca al caudillo pero sin duda favorece la democracia y al presidente.

 

 

Las instituciones

Raúl Moreno Wonchee / La nave va
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

 

Vuelvo sobre mis pasos: hay quienes atribuyen la frase a don Jesús Reyes Heroles aunque no falte alguno que acuse a nuestro último clásico de habérsela fusilado de Stendhal. Gran conocedor de la historia, la literatura y la política de la Francia de los siglos XVIII y XIX, don Jesús destiló de Rojo y negro la sentencia “lo que resiste apoya” de una conversación incidental entre un aristócrata de la Restauración y su esposa  en torno a la aparente desidia de uno de los asistentes a su salón de quien demandaban la insolencia que obligara a sus contertulios a buscar respuestas ingeniosas. En el célebre discurso de Chilpancingo en abril del 77 Reyes Heroles convocó a la nación a reformar la política para renovar la democracia, ensanchar el pluralismo y fortalecer el régimen de partidos. Y ahí, el suave susurro de Henry Marie Beyle tuvo una singular resonancia en México 170 años después de haberse escrito. Todo mundo se dio por aludido: unos en busca de la revolución perdida, otros por extraviarla  y quienes no querían perdérsela. Luego de cuarenta años la democracia se enredó en la pluralidad burocrática y la pobreza y la desigualdad la desacreditaron. La Revolución dejó su lugar a las instituciones procreadas por la Constitución, y del círculo resultó la novedad institucionalista. El presidente mandó al diablo al aeropuerto pero nunca más a las instituciones. El PRI que postuló las instituciones como la vía de la Revolución, tiene un papel clave en esta nueva etapa del institucionalismo. Si presionar apoyando quedó atrás, ¿qué tal apoyar resistiendo? Apoyar al jefe de las instituciones y que la crítica responsable, la pedagogía política y la militancia comprometida se impongan a la improvisación, al oportunismo y a la descalificación a priori  del oposicionismo a ultranza.

 

 

Resistir

Raúl Moreno Wonchee / La nave va
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

Presionar apoyando fue una táctica que en el pasado dio buenos dividendos a los contingentes populares que le daban cuerpo al PRI que fue partido de trabajadores organizados que tomaron en serio la advertencia del poeta: “un hombre solo, una mujer, así tomados de uno en uno son como polvo, no son nada”. Unidos y organizados para influir en la política y defender sus intereses y los de la nación.  Pero el proceso económico interno y el cauce mundial propiciaron que el poder fuera cambiando de manos y hacia el fin de siglo la burocracia cedió el mando a una “clase” política cada vez más atenta a las demandas del capitalismo financiero que a las exigencias del desarrollo nacional y a las necesidades sociales. En el nuevo siglo el régimen de partido hegemónico dio paso a la competencia electoral que ensanchó el acceso de los privilegiados a las decisiones gubernamentales, a la vez que restringió la participación de las clases populares en los asuntos públicos. De la dictadura perfecta con crecimiento sostenido y democracia por goteo, a la democracia sin adjetivos con alternancia, estancamiento económico, parálisis política, deterioro social y guerra interna. El sexenio pasado el presidente pactó con el PAN y el PRD reformas estratégicas para reencontrar el crecimiento y el desarrollo y avanzar en justicia social con soberanía. Pero al dejar fuera al PRI, el pacto se debilitó y las reformas se truncaron. En los partidos la confusión propició que el desconcierto diera lugar a un intenso malestar que cuajó en un amplio movimiento electoral acaudillado con destreza por López Obrador que venció al PAN y aprovechó la abstención del PRI en la elección presidencial. Ahora que el presidente ya no las tiene todas consigo, el tricolor debe ratificar su carácter institucional, apoyándolo. Sólo lo que resiste apoya.

 

 

Pin It