La política y el diálogo

Raúl Moreno Wonchee / La nave va
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Entre los personajes de la cultura que hace unos días la UNAM distinguió con sendos doctorados honoris causa, sobresale Alicia Bárcenas, secretaria Ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina de la ONU. A los pocos días de recibir tan alto reconocimiento, pronunció un importante discurso en el marco de la Tercera Conferencia Regional de Desarrollo Social para América Latina y el Caribe. Ahí, la doctora hizo gala de elocuencia y buen decir al ponderar lo que a su juicio corresponde al propósito estratégico de la política económica del presidente López Obrador: el combate a la desigualdad y a la pobreza, binomio que no admite sinonimia sino que obliga a discernir especificidades que driblen la polarización. El discurso tiene, entre otros méritos, no ofender a quienes disienten del oficialismo porque seguramente, en la discrepancia reconoce planteamientos que pueden llenar los grandes vacíos que dejan sin sustento programático las que fueron exitosas proclamas electorales pero como propuestas de gobierno no alcanzan a configurar un plan de desarrollo ni mucho menos lo que en algún momento se dio por nombrar  proyecto alternativo de nación. La propia doctora Bárcenas de alguna manera lo apuntó cuando luego de elogiar “Jóvenes construyendo el  futuro”, recordó que la llave maestra para superar la desigualdad es el empleo con derechos. Porque la redención de los jóvenes que ni estudian ni trabajan no puede alcanzarse mediante  actividades que no los lleven a adquirir los conocimientos que los capaciten para el trabajo, ni a ganar los derechos inherentes al empleo. En efecto, hay que cambiar la conversación para que el diálogo respetuoso e informado vuelva a hacer de la política el instrumento democrático del cambio social.

 

 

El presidente sí tiene quien le escriba

Raúl Moreno Wonchee / La nave va
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La política está desfasada. Se trata de un grave trastorno que obstaculiza, cuando no impide, el ejercicio de su ministerio ecuménico. Tal desajuste ha resultado de la insuficiente comprensión de la circunstancia nacional, responsabilidad que no admite excepciones aunque comience, no podría ser de otra manera, con quien preside la república. Y se debe, precisamente, a que no se ha tenido en cuenta el cambio esencial de López Obrador en su condición institucional de candidato a presidente. Y de ahí pa’bajo. Porque las autoridades electorales reconocieron puntualmente que obtuvo la mayoría de los votos, lo que fue acatado por todos los órganos del Estado representativos de la soberanía popular y ascendió al poder bajo protesta de cumplir y hacer cumplir la Constitución. Sus inmoderados brincos en ese suelo parejo dieron ocasión a que sus opositores armaran el coro fácil. Y de ahí al griterío y la confusión donde todos, empezando por él, se abocaron a dividir lo que la democracia había unido, a trucar el diálogo democrático por el monólogo mañanero, a olvidar que el presidente no tiene  adversarios sino la obligación de conjugar las diferencias –haciendo valer su mayoría– para alcanzar acuerdos. El frenesí de los que aplauden y los que abuchean será infructuoso, en el ruido y la furia no hallará la necesaria coadyuvancia, ni en las mañas del príncipe Potemkin ni en las de la princesa polaca encontrará la salida de las tierras baldías. De una primera carta, la Constitución, hasta acusó recibo; que entonces no  la desdeñe ni la falsifique. A menudo recibe otras cargadas de compromiso y patriotismo. Hay materia para el diálogo público.

 

 

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