Esfuerzos en aras de la construcción de
la fuerza organizada de los trabajadores

* Comentarios a las ponencias sobre el PCM y el PSUM

Miguel Ángel Velasco*
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Motivos excusables impidieron al compañero Manuel Stephens estar aquí hoy para comentar las ponencias leídas por sus autores, los compañeros Eduardo Ibarra e Iván García Solís. Debido a esa circunstancia fui amablemente invitado para decir algunas palabras acerca de los interesantes trabajos presentados por dichos compañeros. Permítanme, por lo tanto, hacer algunas consideraciones respecto de los orígenes del Partido Comunista Mexicano y de su contribución a la integración del Partido Socialista Unificado de México.

Algunos investigadores han escrito que el PCM “nació artificialmente” y que su formación fue “consecuencia de una decisión de la III Internacional [...] y no una exigencia impuesta por la realidad de México en 1919”. Tales afirmaciones, según mi parecer, carecen de fundamento. Ciertamente, los fundadores del PCM “no tenían conocimientos amplios y profundos del marxismo”, pero eran luchadores entregados íntegramente al combate por la emancipación de los trabajadores de la opresión y la explotación capitalista. Algunos de ellos eran de origen anarquista, movidos por la obra escrita y el ejemplo de Ricardo Flores Magón. Como la mayoría de los luchadores obreros, los fundadores del PCM vieron en el triunfo de la revolución socialista en Rusia el triunfo de sus propios ideales. Fue, en efecto, el entusiasmo despertado en México por el surgimiento del primer Estado socialista, y no una supuesta decisión de la Internacional Comunista, uno de los factores que propiciaron la formación del PCM. A no ser que se tome como tal decisión esta frase del Manifiesto del Primer Congreso de la IC: “Pedimos a los obreros y obreras de todos los países que se unan bajo las banderas del comunismo [...]”.

La formación del PCM en 1919 respondía también a necesidades derivadas de la situación de México en aquellos días, exigencias planteadas por la situación existente en el movimiento obrero. El anarcosindicalismo había mostrado ya su incapacidad para ofrecer a los trabajadores un programa revolucionario viable y, por otra parte, había tomado gran fuerza una poderosa tendencia reformista dentro del movimiento obrero a partir del congreso en que se constituyó la CROM, en mayo de 1918.

La fuerza del reformismo se basaba en el explicable apremio de los trabajadores por hacer realidad los derechos y garantías sociales plasmados en la Constitución de 1917 y por cuyo logro se habían librado, a comienzos del siglo, grandes huelgas e innumerables levantamientos campesinos. La nueva Constitución había recogido en sus artículos 27 y 123 las reivindicaciones contenidas en el Manifiesto magonista de 1906 y en otros programas de las organizaciones obreras y campesinas.

La CROM, encabezada por Luis N. Morones, actuando con el lema de la “acción múltiple”, buscó en la alianza con el general Álvaro Obregón la posibilidad de introducir en los contratos colectivos de trabajo los ordenamientos constitucionales favorables a los obreros y campesinos. Es cierto que tal alianza habría de conducir a una subordinación creciente del movimiento obrero al Estado, pero en aquellos días el anarcosindicalismo no ofrecía a los obreros, como alternativa, más que la llamada “acción directa”, que se reducía al rechazo de la intervención oficial en los conflictos obrero-patronales.

El proceso de formación del PCM en la década de los años veinte fue lento y difícil, pero no esperó para actuar hasta contar con cuadros de formación teórica marxista maduros, sino que desde principios de esa década estuvo inmerso en la vida política y social del país, se ligó al movimiento campesino de masas, organizó la lucha inquilinaria en varias grandes ciudades del país y comprometió su suerte a la de los campesinos, aun en las contiendas armadas. Por ello, fue violentamente reprimido y fue también blanco de las diatribas de sus enemigos.

El Partido Comunista trató, con poca fortuna en los primeros años de su existencia, de infundir en los trabajadores una perspectiva política revolucionaria, de inducirlos a no limitar su acción a la lucha económica y a buscar la alianza expresa con los campesinos (en 1915, por virtud del pacto de la Casa del Obrero Mundial con el constitucionalismo, los obreros armados combatieron contra los campesinos seguidores de Zapata), para luchar unidos por un programa propio, distinto y opuesto al del gobierno emanado de la Revolución Mexicana.

Que el PCM fuese extremadamente débil, política y numéricamente, que su alianza con los anarcosindicalistas para crear una central sindical revolucionaria que se enfrentara a la CROM fracasara; que sus primeros logros para ligarse a las masas obreras y campesinas se produjeran hasta los años 1922-1923 y que sólo en 1924 hubiera podido sostener una publicación periódica regular que difundiera con cierta amplitud su programa y sus puntos de vista, no da pie para afirmar que fue inoperante.

Me parece fuera de duda que el PCM fue un factor de primera importancia en la formación del PSUM. Los últimos congresos, de aquél, el XVIII, el XIX y el XX y último, permitieron crear las condiciones necesarias, tanto en el interior del propio partido como en el ámbito de la izquierda socialista, para que se produjera el audaz paso emprendido en agosto de 1981 por cinco organizaciones políticas, entre ellas el PMT, las cuales decidieron llevar a cabo su unidad orgánica sellada en noviembre de ese mismo año, ya sin la participación del PMT, pero con la adhesión entusiasta del MAP, en la Asamblea Nacional de Unificación.

La formación del PSUM, con la consiguiente desaparición del PCM como tal, no fue, como dicen algunos, un acto irresponsable que echó por la borda sesenta años de lucha llena de sacrificios y regada con la sangre de innumerables comunistas, obreros y campesinos la mayoría. Fue, por el contrario, un paso audaz exigido por la situación del país y del mundo, un esfuerzo renovado en aras de la construcción en el más breve plazo de la fuerza política organizada de los trabajadores capaz de ofrecer al pueblo de México una alternativa real para el cambio revolucionario, exigido en forma apremiante por la más severa y prolongada crisis que haya padecido el pueblo de México en los últimos 50 años, crisis que no sólo empeora su situación material, sino que amenaza crecientemente sus libertades democráticas y acrecienta la dependencia externa de la nación respecto del imperialismo.

Finalmente, permítaseme una observación a la ponencia del compañero Ibarra. El segundo periodo de la historia del PCM, de los tres en que él la divide, iría de 1937-1940 a 1957-1960. Este periodo se caracterizaría “por un debilitamiento de sus filas y una pérdida de su influencia en el movimiento obrero; sería un periodo de crisis [...]”. Esto fue así, sin duda, pero después de 1940. En el periodo 1937-1940, pese a la forma incorrecta en que se restableció la unidad de la CTM, el PCM mantuvo una influencia importante en el movimiento obrero y particularmente en los grandes sindicatos industriales. Esta influencia la seguirán manteniendo núcleos expulsados del PCM en 1940, al grado de que casi diez años después, el régimen alemanista tuvo que recurrir, para controlarlos, al asalto policiaco de las direcciones de los tres mayores sindicatos industriales.

Sólo después de 1940, me parece, se puede hablar de crisis en el PCM.

* Comentario presentado en el seminario Democracia emergente y partidos y organizaciones políticas, coordinado por Pablo González Casanova. Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, Universidad de las Naciones Unidas y Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social. México, DF. Mayo-agosto de 1984, Ciudad Universitaria de la UNAM.

 

 

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