Un partido que aún no es tal


Sergio Gómez Montero
/ Isegoría
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No es fácil la tarea, es verdad, Pero es necesaria, ni modo. Sin existir como tal alcanzó un triunfo rotundo en 2018; Morena: en ese año arrasó en las elecciones por dos razones muy obvias (se mencionan en orden de prioridad): el cansancio y desesperación que había provocado en la mayoría de la población el neoliberalismo y la atracción que ejercía para entonces, entre los votantes, la figura de López Obrador. Para esa época no había institucionalmente partido político; había, sí, un agrupamiento de fuerzas múltiples que acompañaron y cobijaron a AMLO y que, para entonces, habían tomado el nombre de Morena (Movimiento Regeneración Nacional), que hasta hoy no termina de darse formalmente la estructura de partido político, en los términos que la teoría establece al respecto para una institución de tal naturaleza metida a la lucha electoral y promotora de la democracia representativa.

¿Qué va a ser Morena a partir de ahora? ¿Adoptará el esquema de los partidos liberales que defienden a morir la democracia representativa y electoral o comenzará a explorar nuevos esquemas de organización política que sin romper, ni mucho menos, con AMLO impulsen la lucha política desde la izquierda y para la izquierda; es decir, desde abajo y a la izquierda, o será un partido empecinado, sólo, en la participación política que reditúe votos, puestos de elección popular y cargos públicos? Un dilema, ése, realmente trascendental.

En términos de antecedentes, Morena será difícil que se desprenda del esquema que le dio origen –el esquema electoral y la democracia representativa–, lo cual conduce a preguntar si una institución de tal naturaleza garantiza el darle continuidad a un proyecto político tan ambicioso como el inserto en la denominada cuarta transformación, o si se considera, en el mejor de los casos, que con lo que pueda hacer López Obrador (poco o mucho) con eso, los mexicanos debemos sentirnos satisfechos. Ese dilema no es gratuito, pues hasta hoy (excepción hecha de Fidel y Raúl Castro en Cuba y Hugo Chávez en Venezuela) los proyectos políticos de América Latina vinculados, más o menos, con la izquierda han fracasado. Una hipótesis para explicar esos fracasos sería precisamente el hecho de que los regímenes políticos identificados con la izquierda no lograron consolidar una institución política partidaria desde la cual se diera impulso y garantía de continuidad a tales proyectos políticos. Como hipótesis de trabajo valdría la pena tomarla en cuenta, sobre todo hoy en que se discute al interior de Morena tanto quien dirigirá a ese Movimiento, sino lo que sin duda es más importante qué proyecto político es el que ese Movimiento partidario va a impulsar.

Insisto, la tarea no es fácil, pues ideológicamente hay que mantener vigente la lucha con quienes son los enemigos de clase; en tanto que, teóricamente, habrá que seguir luchando, defendiendo nuestras ideas con quienes compartimos, desde la izquierda, similar posición de clase.

Eso es hoy la lucha política: intensa, combativa, arrasadora.

 

Reelección, chiste de mal gusto

Sergio Gómez Montero / Isegoría
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¿Por qué tantos brincos, estando el suelo tan parejo? ¿Qué tanto es tantito? En ese afán de crear falsas inquietudes, para crear así verdaderos afanes de desestabilizar al país, sorprende, mucho, que los opositores al gobierno actual intenten utilizar el fantasma de la reelección para impulsar con ello campañas desestabilizadoras, cuando México hoy trata, afanosamente, de trabajar para crearse condiciones que le permitan ser mejor económica y políticamente. ¿Por qué, pues, el fantasma de la reelección, si él, entre nosotros, no tiene ninguna posibilidad de espantar?

Es decir, si para alcanzar el poder institucional (el poder del Estado) se optó por la vía electoral, ello, de entrada, implica respetar las reglas (escritas y no) bajo las cuales el Estado opera, y una de esas reglas, primordiales, es la referente a la reelección que quedó anulada como opción desde el momento en que los militares, con Cárdenas, el Tata, quedaron remitidos a los cuarteles. Ese fenómeno social, más que nada, marcó precisamente el fin de la reelección en el país.

Pero más allá de lo hoy escrito en la Constitución y de lo establecido como pacto social (la remisión del Ejército a los cuarteles), hay otros fenómenos sociales, igualmente significativos, que parecerían anular a la reelección. El primero de ellos, y más obvio, es la carrera que se dio desde el principio del sexenio por la próxima candidatura presidencial entre tres candidatos que están luchando con todo por esa candidatura al interior del partido mayoritario, Morena, con todo, entre ellos: Monreal, Ebrard u Sheinbaum (si le interesa, vea la magnífica película La favorita, de Lantimos, que pareciera reproducir metafóricamente lo que hoy está pasando en México), eso, sin ningún género de duda, estaría negando de raíz cualquier posibilidad de reelección, a menos que ésta fuera muy macabra.

Aunque, sin duda, sí hay elementos que parecieran alentar y favorecer aparentemente a la reelección, comenzando precisamente por la manera unipersonal conque hoy se conduce el gobierno, en donde todo se dirige unilateralmente hacia Andrés Manuel López Obrador, quien pareciera negarse obstinadamente a colegiar la toma de decisiones, dado que ello, en apariencia quisiera reducirse a él y sólo a él, lo cual daría fundamento a las sospechas de quienes ven en ello un nuevo peligro para México, sin ninguna razón para que ello eventualmente pudiera suceder. Esa manera tan obvia de negar la existencia de un partido político que opere como par del presidente grave daño le está causando al sistema político de la nación (peor aún si a ello se añade la actual pugna de poderes que existe en México).

Otro factor que despierta sospechas, y que es más que nada un error político de dimensiones incalculables, es el empecinamiento de Jaime Bonilla en querer violar la Constitución del país intentando extender de dos a cinco años su periodo de gobierno, por más que se le ha demostrado que el pueblo de Baja California votó por una candidatura de dos años y no por una cinco, por más que él diga que cuenta con el apoyo presidencial y, se comente, que caro le salió el chiste de comprar a varios diputados del Congreso local para así concretar la extensión de su periodo de gobierno estatal. 

Sea como sea, pero querer asustar con el petate del muerto de la reelección es evidentemente un chiste de mal gusto se le vea por donde se le vea.

 

Crímenes de odio y estrategia electoral

Sergio Gómez Montero / Isegoría
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Las cosas no cambian de un día para otro. Entre hispanos y estadunidenses hay resistencias y rivalidades desde el XIX para acá. A veces no nos podemos ver. Pero de las palabras a las balas hay un trecho de tiempo que no sólo se acorta, sino que ya no existe desde que Trump asumió la Presidencia de su país y azuzó a racistas y supremacistas blancos a tomar la ofensiva. Su discurso de odio en contra nuestra y los pueblos del sur incrementa cada vez más sus tintes racistas y es una abierta invitación para adoptar todo tipo de medidas en contra de nuestros pueblos. La masacre de El Paso apoya tristemente nuestras afirmaciones. ¿Nada qué hacer frente a esa actitud?

Lo primero, sí, no quedarnos callado ni como gobiernos ni mucho menos como pueblos. Ambos tenemos obligación de dar la lucha. Como gobierno, habría que pensar si no llegó la hora de no seguir consecuentando al gobierno de Trump al facilitarle, como hasta hoy, sus estrategias electorales para reelegirse, sin ponerse a pensar lo grave que sería para nosotros, como pueblo, el que de nueva cuenta un personaje tan negativo y siniestro volviera a ocupar la presidencia del país vecino.

            Pero la tarea primordial no es responsabilidad del gobierno de nuestro país. Como toda tarea política, esa responsabilidad recae antes que nada en la población que directamente se ve afectada por las injustas acciones de gobierno de quienes quieren seguir explotando sin miramientos a quienes componen esa fuerza de trabajo –los   migrantes–, un sector de población al que pueden explotar, según el punto de vista del gobierno,  sin miramientos, pues aparte de imponerles jornadas de trabajo excesivas en términos de tiempo y esfuerzo, lo hacen sin respetar nunca las condiciones de trabajo que, por ley, rigen precisamente el trabajo que nuestros paisanos realizan en el país vecino. Y ese, sin duda, es uno de los dramas del trabajo migrante: sacrificar sus derechos como trabajador, para, según él, preservar su estancia en el país que lo sobreexplota, como sucede con todos los migrantes que son acogidos por países capitalistas en donde supuestamente encuentran refugio.

Esa es hoy una de las contradicciones fundamentales del capitalismo-colonialista: cómo ha venido explotando, desde siglos atrás, a los pueblos a los cuales primero arrebató sus riquezas naturales y hoy, con la migración, sobreexplota brutalmente sin respetar ni  tomar en cuenta los derechos al trabajo que esa población tiene ni tampoco los derechos humanos que particularmente el gobierno de Estados Unidos se encarga de pisotear.

Tres, pues, al menos son las poblaciones que, hoy, con todo, se deben oponer a las políticas racistas y supremacistas que afectan a los migrantes. Primero, la población migrante como tal, pues ella es la directamente afectada. Dos, la población que permite que a sus pueblos los gobiernen políticos racistas y supremacistas. Tres, los gobiernos de aquellos países que por cuestiones de pobreza o violencia propiciaron la huida de sus países de origen de la población migrante que hoy malvive en los países de acogida.

Hoy por eso se presenta como urgente derrotar, como dé lugar, la estrategia electoral de Donald Trump para reelegirse como presidente de Estados Unidos, ¿no cree usted?

 

 

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