¿En qué se parecen la “administración de la
abundancia” de JLP y la cuarta transformación?

Luis Emiliano Gutiérrez Poucel / Ideas sueltas
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Este inicio de gobierno me hace recordar el arranque de la administración de José López Portillo en 1976, ambos presidentes electos empezaron sus mandatos ante mexicanos llenos de esperanza, deseando mejorar su bienestar, e ilusionados que con dichos mandatarios lo iban a lograr.

Con López Portillo, todo estaba centrado alrededor de un solo ladrillo, un solo bien, el petróleo, cuyo precio en aquellos momentos andaba por arriba de los $30 dólares por barril en un mercado de vendedores. López Portillo –y buena parte de su equipo– en un gesto de prepotencia, invirtieron en megaproyectos financiados con deuda externa, apostando a que el precio del petróleo continuaría subiendo y el mercado seguiría siendo de vendedores. Pero, cuando el mercado empezó a cambiar, pasando de vendedores a compradores, cuando los países europeos, Estados Unidos y Japón disminuyeron su demanda por perspectivas económicas más débiles y por la implementación de medidas de ahorro, los países de la OPEP reaccionaron disminuyendo su precio de exportación en más del 10%. Pero, México, siguiendo una lógica pueril y prepotente de creer que podía controlar el mercado internacional, se negó a reducir el precio, y no sólo eso, sino también se resistió a bajar su cuantiosa inversión en marcha.

En 1981, después de la drástica caída de los precios del petróleo y que los compradores del petróleo mexicano dejaron de comprar, empieza la debacle económica de México poniendo fin al sueño de López Portillo de “administrar la abundancia”. En un marco de gran endeudamiento externo, altas tasas de interés, elevada inflación, peso sobrevaluado, fuertes déficit fiscal y comercial, actividad agropecuaria estancada, y un sector industrial débil con bajas exportaciones, se produce una fuga masiva de capital. En lugar de actuar en consecuencia y prudencia fiscal, López Portillo acusa a los especuladores de debilitar la moneda, prometiendo “defenderé el peso como perro.

En 1982, detrás de una larga cadena de errores, López Portillo introduce el control de cambios y nacionaliza la banca, acción motivada –según él– por la devaluación del peso y la antipatriótica postura de los banqueros y empresarios mexicanos, quienes sacaron sus capitales al extranjero dejando al país en quiebra. El 1 de septiembre de 1982, López Portillo pronunció una de sus célebres frases ante el Congreso Federal diciendo, con lágrimas en los ojos, “ya nos saquearon, no nos volverán a saquear”.

El Estado mexicano se declara en bancarrota: siguiendo el viejo dicho mexicano de “debo, no niego, pago, no tengo”. Pero no sólo eso, México solicita más préstamos para cubrir el servicio de la deuda, sumiendo a la economía aún más en la crisis de ingresos, el gobierno finalmente tiene que devaluar el peso. El país pasó más de una década en salir de la terrible crisis económica que le dejó al país la frívola administración de López Portillo.

¿Por qué menciono todo esto? Porque estoy viendo algo parecido con lo que está sucediendo con la gobierno de la cuarta transformación que acaba de arrancar, en donde la razón económica está siendo rebasada por la semántica populista, las promesas de campaña, y la discrecionalidad del Ejecutivo. Con López Obrador, todo gira alrededor de una sola variable, sus buenas intenciones. De tal manera, su gobierno no solamente no respeta la naturaleza del dinero, ni la condición de los empresarios que invierten en el país, sino que no parece entender cómo funcionan los mercados; piensa que sus buenas intenciones, la acción moral y el predicar con el ejemplo es lo que deben de creer los mercados, en lugar de acciones reales y concretas. El mantra de la cuarta transformación parece ser: “Crean en lo que quiero, no en lo que hago”.

AMLO se molesta por la desconfianza de los inversionistas nacionales y extranjeros ante la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de México, su perdón a los delincuentes, su inacción contra los bloqueos a las vías de comunicación, su nombramiento de equipos empresariales inexpertos, ni preparados para dirigir a Pemex y al sector energético. En otras palabras, López Obrador quiere que los inversionistas nacionales y extranjeros, los organismos internacionales, y las calificadoras de riesgo, crean en él porque es virtuoso y tiene nobles propósitos, mientras que en la práctica permite a grupos de aliados violentar la ley, afectar los derechos, negocios y propiedad privada de terceras personas en un claro y vil chantaje.

El 1 de diciembre del 2018, López Obrador prometió guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, por lo que legalmente está obligado a hacer cumplir las leyes. El texto constitucional no deja espacio a la discrecionalidad del mandatario. Sin embargo, el 30 de enero de 2019 anunció que el gobierno ya no detendrá a los capos, se acabó la guerra. Claro, todo eso genera desconfianza de los inversionistas en cuanto a que las reglas del juego no son objetivas sino discrecionales.

Ponte a pensar, querido lector, ¿qué hubiera sucedido en Francia si el presidente Macron anunciara que ya no iba a perseguir a los grupos de la Yihad Islámica culpable de actos terroristas? Seguramente, no duraría ni una semana en el poder. ¿Qué le pasaría a Justin Trudeau, primer ministro de Canadá, si permitiera impunemente que un grupo de maestros o chóferes violentos cerraran por semanas las vías férreas para chantajear al gobierno? Seguramente el parlamento canadiense convocaría inmediatamente a nuevas elecciones.

Llevamos poco más de dos meses del gobierno de la 4T y lo que estamos viendo es que:

1) El producto interno bruto (PIB) no va a crecer al 4%, tal y como AMLO prometió, sino que difícilmente alcanzará el 1% en 2019, y, como van las cosas, difícilmente crecerá por arriba del 2% del 2020 al 2024.

2). Las mismas expectativas que se generaron en el arranque de la administración de la abundancia de López Portillo, parecen ser las que se están generando bajo la administración de la 4T, la gente sufre de disonancia cognitiva: prefiere creer en promesas que aceptar la triste realidad.

3) Ambos presidentes iniciaron sus mandatos con un alto grado de popularidad, AMLO empezó con 77% de aceptación y el 6 de febrero de 2019 contó con el 86% de aprobación.

4) Ambas administraciones desconocen o ignoran las realidades de los mercados y la conducta de sus agentes económicos.

5) Parecen seguir el mismo camino de: Luna de miel-crisis económica-cacería de brujas-desencanto social.

Es posible que, conforme las cosas empeoren y no tenga los resultados deseados, AMLO escale su confrontación con los mercados y sus principales agentes económicos, buscando soluciones fáciles, repartiendo culpas, persiguiendo a los culpables, y llevando gradualmente al país a una situación parecida a la ocurrida bajo la administración de López Portillo.

En fin, espero sinceramente equivocarme y que el 86% de los mexicanos tengan razón de confiar en López Obrador. La luna de miel de López Obrador puede ser la más larga de las de las administraciones anteriores, pero de continuar los malos resultados, inevitablemente declinará. Nadie quiere otra crisis al término de ésta administración como la sucedida al fin del sexenio de López Portillo.

 

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