Tren Maya: ¿Más de lo mismo?

 

Yolanda Cristina Massieu Trigo

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Debido al impacto negativo, social y ambientalmente, de los megaproyectos (mineras, hidroeléctricas, fractura hidráulica, turismo masivo), la noticia de que el Tren Maya es una de las principales acciones de este gobierno para detonar el desarrollo en el Sureste despertó por lo menos suspicacias. La península de Yucatán es una de las regiones con mayor biodiversidad, cuyo hábitat es crecientemente destruido por la urbanización, la agricultura, el turismo masivo y justamente los megaproyectos. La mayor parte de la  población de esta región se encuentra en condiciones de pobreza, por lo que si son necesarias inversiones para generar empleos de manera sustentable, sin destruir el entorno natural. El problema es que las experiencias anteriores de megaproyectos (desde las plantas eólicas del Istmo, las presas, el anterior Plan Puebla-Panamá) son excluyentes, pues se benefician unos cuantos capitales, frecuentemente extranjeros, en detrimento de la población local, que a lo mucho logra empleos mal remunerados y riesgosos. Todo ello viene a la mente con el Tren Maya.

 

El reto de la actual administración, con una base social y una legitimidad importantes, es hacer las cosas de manera diferente, no otorgando este proyecto a empresas voraces que destruirán el medio ambiente excluyendo a la población local de los beneficios. Es sintomático que en la consulta organizada en noviembre, la mayoría de los casi un millón de votantes que participaron aprobó el Tren Maya, inclusive con mayor número de votos en la península. Creo que ello significa que mucha gente en condiciones de pobreza de la zona ve en el proyecto una posibilidad de mejora. Esto no significa que se avale la destrucción de las áreas naturales protegidas cercanas al paso del tren (no las atraviesa, como han señalado los críticos), o que el beneficio se quede en manos de unos cuantos empresarios voraces y depredadores, como desgraciadamente hay en la región (por ejemplo los empresarios yucatecos que fraudulentamente lograron la apertura al turismo de la isla Holbox, en el área protegida Yum Balam, con resultados deplorables).

 

Ahí es donde radica el problema, pues a la fecha no se conocen los capitales interesados en el proyecto, su trayectoria y antecedentes, ni están claros los mecanismos de consulta a las comunidades locales afectadas, muchas de ellas mayas. Se requiere que se hagan consultas verdaderas, se promuevan programas de ordenamiento territorial comunitario y empresas turísticas manejadas por las propias comunidades, de manera que no se abra la puerta al turismo masivo, depredador de la naturaleza, que el tren no signifique la “cancunización” de toda la península. En la región hay presencia de ejidos y comunidades con propuestas productivas sustentables (forestería comunitaria, apicultura, ecoturismo), y sería deseable que el tren fuera una oportunidad para la venta de sus productos, para lo cual es necesario que las estaciones se planeen cuidadosamente y con consenso local.

 

Los ecosistemas locales son sumamente frágiles y albergan muchas especies en peligro de extinción, como en la reserva de Calakmul, donde vive una de las últimas poblaciones de jaguar de México. No está por demás recordar que la carretera ya existente es lesiva para estas especies, la carretera Chetumal-Escárcega, por ejemplo, ha afectado negativamente la reserva El Ocote e impide que los grandes felinos se muevan de Nobek a Calakmul. Tampoco se olvida que los proyectos de gobiernos anteriores se han impuesto autoritariamente y han sido depredadores social y ambientalmente. Se han promovido sin cortapisas la ganadería, los monocultivos de caña de azúcar, maíz híbrido y soya transgénica, lo que ha propiciado deforestación, destrucción de fuentes de agua, y devastación de la diversidad biológica y la apicultura. Un tren sería menos destructivo, si bien no está claro si se van a conservar carretera y tren, puesto que éste último va por el mismo trazo. Los estudios de impacto ambiental estarán listos para agosto, es deseable que tanto comunidades humanas locales como organizaciones sociales y ambientalistas participen ampliamente. Dependerá de las fuerzas y las acciones políticas qué proyecto se concrete, la moneda está en el aire.

 

 

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