De la 4T o un Manifiesto Anti-Ogros

 

Jesús Delgado Guerrero / Los sonámbulos

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Durante los últimos 50 años nuestro país ha sido la cobaya propicia para llevar a cabo cualquier clase de experimento político y económico. El resultado es que tanto el populismo estatista como su par, el populismo capitalista o mal llamado “neoliberal”, han derivado en lecciones devastadoras de depredación y saqueo permanentes, con cargo a millones de sufrientes, muchos ya muertos y millones todavía vivos.

 

Unos se quedaron en espera de la llegada del Estado de bienestar y otros nunca han logrado el prometido edén de la prosperidad, a pesar de haber cumplido por partida doble el requisito del “sufrimiento previo”, según el rito de la promesa política decidida y terminante en cada proceso electoral.

 

Los promotores del capitalismo estatal se convirtieron al final en sus peores enemigos, de la misma manera que los del supuesto nuevo libre mercado se encargaron de martillar el último clavo del catafalco.

 

Unos apostaron por “papá gobierno” como remedio de todos los males y otros hicieron profesión de fe de su dogma desapareciéndolo (sin dejar de echar mano para “salvatajes” bancarios y otros), sustituyéndolo por “las benignas fuerzas”, al parecer más provenientes de ultratumba que de algún rincón celestial, como prueban los resultados.

 

Con excepción de los estilos y personalidades, no hay ninguna diferencia entre los corruptos y los “saca dólares” del fin de los autoproclamados regímenes revolucionarios con José López Portillo (1976-82), y los timos (también con saca dólares, “diciembrazos” devaluatorios incluidos) del Fobaproa-IPAB de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo en la época dorada de los tecnócratas.

 

También, no hay ninguna diferencia entre las prácticas del “minotauro público” (político y empresario al mismo tiempo) encarnado por el profesor Carlos Hank Gonzalez y los “sillones giratorios” neoliberales de Felipe Calderón Hinojosa y de Ernesto Zedillo, menos la tosca corrupción de Enrique Peña Nieto y los sobornos petroleros de Odebretch con Emilio Lozoya Austin, vieja réplica de la corrupción de Jorge Díaz Serrano en el permanentemente saqueado Pemex, así como gobernadores ladrones como la “nueva cara del PRI (en realidad, la de siempre, con los cacicazgos de rigor).

 

De modo que de la planificación de “Papá Ogro”, con sus sistemas alimentarios y programas nacionales de alimento y nutrición, se dio el “gran salto”: el diseño de “Cruzadas contra el hambre” y apertura de comedores populares a mansalva, un paliativo para contener la miseria. Obviamente, ambos se murieron de hambre, como se ha dicho.

 

No deja de ser curiosa la época de contrasentidos que sobrepasa, en muchos casos, lo que ciertos pensadores han denominado como “inteligencia defectuosa”, llamando así, en forma comedida, a la estupidez, esa que una día se declara “demócrata” pero hace hasta lo imposible por volverse antidemócrata; la misma que en cualquier foro hace de la libertad licencia (libertinaje) o de la igualdad “indistinción”, como observó la socióloga francesa Dominique Aron (hoy Schnnaper).

 

“Hay que ser amantes moderados” tanto de la democracia como de la libertad, diría cierto filósofo, pero en uno y otro casos han sido los extremos, espoleados por impulsos fundamentalistas, muy irracionales, los que han derivado en desastres. La mesura no ha sido el signo de esto tiempos.

 

La historia es harto conocida y a México se le ha convertido en un país de ogros, ambos lo suficientemente salvajes, probado, como para tratar de retornar a las supuestas viejas glorias o permanecer en las que nunca llegaron (ni llegarán, según el apotegma de la sabiduría popular de don Teofilito).

 

Superada una etapa, la del tragicómico populismo estatal con sus perros llorones y otros previamente intentando nalguear al mundo con pretendidas cartas de derechos y deberes, falta ahora dejar atrás el también hilarante y depredador populismo neoliberal, con sus tecnócratas en calidad de encargados de los despachos de los poderes públicos.

 

Después de infames experiencias, un Manifiesto Anti-Ogros tendría que elaborarse para poner fin a medio siglo de “defectuosas inteligencias".

 

 

 

Del “reformador desmantelamiento” y

el reto del rediseño de las instituciones

 

Jesús Delgado Guerrero / Los sonámbulos

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En plena euforia por la coronación del credo neoliberal (apertura de “inversionistas” en la industria energética, marcadamente, la petrolera) y sus “reformas estructurales” que, según la oficiosa cantaleta, en un futuro siempre próximo haría felices a todos, Jaime Ros Bosch, doctor y profesor de economía de la UNAM, le quitó todos los harapos presentados como finos ropajes al Ogro Salvaje.

 

En el libro Algunas tesis equivocadas sobre el estancamiento económico en México (Grandes problemas de México, editado de manera conjunta por la UNAM y El Colegio de México), el académico planteó la acertada observación de que a lo largo de tres décadas de “reformas estructurales”, las instituciones para ejecutar políticas industriales o de desarrollo fueron puntualmente desmanteladas.

 

En parte, en ese fenómeno desmantelador se pueden ubicar las causas por las cuales nuestro país, y muchos más en todo el mundo, no pasan de un mediocre crecimiento del 2 por ciento, o menos, en forma anual, salvo China, que tiene el experimento más novedoso de un pretendido socialismo mezclado con el neoliberalismo (sin que los fedayines de la libertad individual  y la democracia se muestren consternados como lo hacen con Venezuela, salvo el especulador George Soros, quien lanzó su queja en Davos sobre la amenaza que constituye el gigante asiático contra las “sociedades abiertas”).

 

Pues bien, de la obra del profesor Ros Bosch se puede decir, primero, que, editada en el 2013 y luego en el 2014, misteriosamente desapareció de los estantes de las librerías (si el mexicano “normal” no lee más que 3.8 libros al año es porque no le gusta consumir la chatarra literaria, muy común, según refleja este hecho) cuando los “gerentes festinaban, por enésima ocasión, el ingreso de nuestro país a la “modernidad” con la “reforma energética” (sí, esa  que fue vendida con la zanahoria de que bajarían los precios de las gasolinas y terminó, como siempre en casos así, en un vil timo, denominado comúnmente como “gasolinazo”).

 

Segundo y más importante de la obra, es el hecho de que en el texto se hizo ver que las “reformas estructurales” no eran tales y se resaltó la ausencia de instituciones para hacer frente a los poderes fácticos, tanto económicos como los que forman legión en el bando del crimen organizado (otro tipo de economía, igual de salvaje pero con su dosis de sangre y de violencia).

 

Se trata de un texto de apenas 156 páginas (10 de las cuales corresponden a las referencias bibliográficas y más de 20 a la introducción, es decir, en unas 116 páginas “netas”, con los respectivos títulos y espacios), donde Ros Bosch desmanteló el proceso desmantelizador de las instituciones impulsado por los partidarios de la economía de libre mercado o neoliberal.

 

Esto, como ya se ha dicho, ha llevado no sólo al mediocre “estancamiento estabilizador”, según la mofa empresarial, con su saldo de más de 56 millones de pobres y sólo el “1 por ciento” concentrando la riqueza, sino a que parte de los poderes fácticos tengan secuestrado al Estado (entendido como gobierno y sociedad).

 

Los “poderes fácticos”, como se sabe, los conforman monopolios (telefónicos), duopolios (televisivos), oligopolios (radiofónicos), cárteles financieros (bancos y sus abusivas comisiones y tasas de interés), y toda esa pesada laya que ha concentrado la riqueza nacional, esto a punta de instituciones a modo con funcionarios públicos desempeñando el papel de ejecutivos o de gobernantes en calidad de “socios asociados en sociedad”, según la burlesca del vate Nicolás Guillén.

 

Esos “poderes fácticos” incluyen, desde luego, al crimen organizado: narcos, huachicoleros, traficantes, secuestradores, bandas de robo de automóviles, tratantes de personas, etcétera, donde no falta el concurso de cualquier clase de político o funcionario (lo cual explica su operación y permanencia, según Moisés Naim en El fin del poder).

 

Esto es lo que enfrenta el nuevo gobierno: rediseñar las instituciones para dejar atrás una etapa de desmantelamiento de las mismas con la creación a mansalva de entes infumables, vía “reformas estructurales”, que permitieron que “el poder público cambiara de manos”, como diría Naim.

 

Menuda tarea que explica, en parte, la grave descomposición social con su cuota trágica y sangrienta y, especialmente, la gran cantidad de histeria que busca justificar los efectos intentando ignorar las causas.

 

 

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