Mi versión: Nuestro 26 de julio de 1968

Arturo Martínez Nateras
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El 26 de julio de 1953 ocurrió el asalto, en Santiago de Cuba, al cuartel Moncada, por un grupo de guerrilleros comandados por Fidel Castro. La aventura de domingo de carnaval fracasó. Fidel fue tomado prisionero, juzgado y fruto de aquel proceso es su célebre texto: La historia me absolverá.

En 1968 en la Ciudad de México, algunos miles de jóvenes marcharíamos con el objetivo inicial de conmemorar el 15 aniversario del Asalto al Moncada. Parece que a nosotros la historia sí ya nos absolvió. Están en el banquillo de los acusados, listos para ser consignados y su comandante formalmente preso, quienes nos reprimieron.

Nuestro 26 de julio es trascendente pues marca el principio del movimiento estudiantil popular de 1968 que se extendió desde ese día hasta el 4 de diciembre; más de 160 días que conmovieron a México. La noche del 26 de julio el gobierno desató una cacería de activistas políticos y sobre todo estudiantiles pretendiendo descabezar al creciente movimiento estudiantil motivado por la obsesión generada por las Olimpíadas que se realizarían en octubre.

Los preparativos para la manifestación los iniciamos por acuerdo del Congreso de la Central Nacional de Estudiantes Democráticos (CNED), realizado del 6 al 10 de mayo de aquel año olímpico y en el Plan de Acción del Comité Ejecutivo Nacional, formulado el 15 de julio en Morelia.

El 22 de julio un grupo de granaderos reprimió con violencia inadmisible a los jóvenes de la Preparatoria 2 de la UNAM, de la Vocacional 5 del IPN y de la preparatoria particular Isaac Ochotorena, penetrando al edificio de la Voca en la Ciudadela, después de una de esas comunes broncas entre muchachos de dos escuelas. La indignación cundió y se propagó rápidamente por todas las escuelas del Instituto Politécnico Nacional (IPN).

Nuestros compañeros de la CNED en el Poli encabezaron la inconformidad, aparecieron solidarios y forzaron una postura de la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos (FNET), cuya directiva no tuvo más remedio que aceptar la realización de una marcha de protesta. Nuestros camaradas insistieron sin éxito en que ambas marchas se fusionaran en objetivos, recorrido y fecha. La FNET no aceptó definiendo una ruta diferente pero manteniendo el día 26 de julio para su marcha. Nosotros marchamos del Salto del Agua al Hemiciclo a Juárez. Los politécnicos de la Ciudadela al Casco de Santo Tomás. En 1968 estaba totalmente prohibido marchar al Zócalo de la ciudad, espacio público que había sido convertido en centro ceremonial exclusivo del ritual priista.

La CNED tenía una muy pequeña oficina en Córdoba 95-102, en la colonia Roma. Éste era nuestro cuartel de operaciones políticas; desde allí organizamos toda una sucesión de conspiraciones y de actos de masas. El 25 por la noche nos reunimos los dirigentes de la CNED, nuestros compañeros del IPN, algunos activistas y dirigentes de las vocacionales aliados o amigos nuestros. Destaco el papel de muchachos como Genaro López Alanís, el Chuy González Guardado, de José David Vega Becerra, César Enciso Barrón, César Tirado, los de la Voca Siete con Carpóforo Cortés al frente…

Ante la negativa de la FNET de marchar juntos, decidimos mantener nuestra posición que consistía en realizar la marcha previamente convocada incluyendo en ella la solidaridad con el IPN, la demanda de cese a la represión y disolución del cuerpo de granaderos, la destitución de los funcionarios responsables de la agresión y la indemnización a los lesionados… Por otra parte, nuestros compañeros mantendrían su activismo dentro de la marcha de la FNET tratando de ganar al contingente para unir las dos movilizaciones en el Hemiciclo a Juárez.

Ese viernes 26 por la mañana fui citado a la oficina del director de Gobierno del DF, licenciado Roberto López Ostaloza quien con amenazas intentó convencerme de suspender nuestra marcha. Ante la firme respuesta el funcionario advirtió:

Si ocurre algo durante las marchas, usted será personalmente el responsable…

Dejen a los policías y a los granaderos en sus cuarteles y a los provocadores en sus guaridas y no pasará nada… Raúl Álvarez Garín miente en su libro La estela de Tlatelolco. Raúl afirma que nosotros intentamos convencer a los dirigentes de la FNET, en las oficinas de López Ostaloza que se encontraban en La Plaza de El Carmen y en presencia suya de que cambiaran la fecha de su movilización. Nosotros en ningún momento propusimos nada semejante y nunca nos reunimos con José Rosario Cebreros. José David Vega, César Enciso Barrón y todos nuestros compañeros pueden dar fe o desmentirme. Entre otros textos en Mi Testimonio busco ofrecer nuestra versión ante las calumnias propaladas desde las tribunas de las viudas del 68 y de los generales de la derrota.

Por su parte Gilberto Guevara Niebla (GGN) hace gimnasia fantástica y se atreve a inventar un supuesto diálogo entre los dirigentes de la FNET y nosotros en la oficina del mencionado director general de Gobierno. Y esto lo intenta 40 años después. Según él, nosotros estábamos ya con el funcionario cuando se presentaron con Cebreros al frente preguntando ¿quiénes son ellos? GGN muestra cómo mentir no se olvida, lo que no sabe lo inventa y lo acomoda. Crea una escena teatral con los respectivos protagonistas y antagonistas. Por principio de cuentas preciso que nos conocíamos muy bien Cebreros y yo. No hubiese habido lugar a tal pregunta.

Nosotros no solicitamos permiso. Nuestra costumbre era dar aviso formal, en este caso de la manifestación. Fue Guillermo López Ostaloza quien me citó y acudimos si mal no recuerdo Pepe Barragán y yo, quizá con alguien más. GGN especula sobre los procedimientos internos de decisión gubernamental. Por supuesto que Luis Echeverría dictó la orden final tal y como se estilaba esos años cuando él operaba realmente como primer ministro. En el país nada se movía sin su conocimiento y sin su autorización. Esto todos lo sabíamos. Por ello siempre tratamos de dialogar con él sin éxito ninguno.

GGN se refiere a nosotros como a “una prole pacífica y de conductas predecibles. Eran un grupo pequeño y dócil ante el gobierno”. En el capítulo II del libro La libertad nunca se olvida. Memorias del 68 al cual titula “La conspiración comunista”. Según GGN “Entre los líderes comunistas juveniles se había generado una extraña “radicalización” por la represión y la experiencia frustrante con la llamada Marcha Estudiantil por la Ruta de la Libertad”; y dice que nos sentíamos desbordados o rebasados en la UNAM por la “ultraizquierda”. Todo ello nos indujo a adoptar medidas de confrontación abierta con las autoridades. “Tal vez estos fueron los motivos que los llevaron a conspirar: en una reunión sostenida el jueves 25 por la noche… En el conciliábulo que preparó el complot… una auténtica provocación”. Gilberto Guevara, sí él, no el autor de ¡El móndrigo! nos atribuye afanes de revancha, mezquindad, habla de provocación en la provocación, él califica a la nuestra como cualquier peregrinación religiosa ruidosa y extraña procesión y se pregunta ¿Provocación para qué? Es tal su desprecio hacia nosotros que se refiere como “los cabecillas comunistas”. ¿Escribe algún extraterrestre, un agente de la DFS o reporta a su director general un cronista o columnista de los de aquellos días? No. Se trata de alguien que había sido miembro de la Juventud Comunista de México (JCM), de la CNED, que fue uno de los dirigentes del Consejo Nacional de Huelga. Para él somos extremistas conjurados que intentaban restringir las expresiones al tema de Cuba… Guevara escribe embuste tras embuste, cargado de rencor senil su mitomanía es infinita. Compare el hipotético lector el parte firmado por Fernando Gutiérrez Barrios con estos dos capítulos de la amnesia. Gilberto me señala con razón como el responsable principal de aquel complot, distinción que asumo como orgullo y la humildad debida.

Pablo Gómez Álvarez quien la víspera salió a Bulgaria a participar en el Festival Mundial de la Juventud, escribe que los estudiantes protagonistas de las marchas ni siquiera se saludaron entre ellos. Gerardo Unzueta Lorenzana, 40 años después da fe de que la decisión de resistir juntos la tomamos en el Hemiciclo y certifica que en ese momento era yo quien tenía la palabra y la responsabilidad principal.

Volví al local, ajustamos las últimas medidas y detalles y cada quien salió a ocupar su lugar en la lucha.

Las marchas

La tarde del 26, nadie podía suponer lo que desde este día se iniciaría. Llegamos al punto de partida de la marcha de la CNED. De diferentes puntos de la ciudad empezaron a aparecer contingentes. De inmediato se percibía el estado de ánimo de lucha, de movilización, de agitación. La manifestación de la CNED fue mucho más concurrida de lo esperado. Nosotros andábamos siempre con las botas puestas y en permanente estado de agitación. Nos identificaban algunos ideales y convicciones: La democracia, la libertad, el socialismo y la reforma democrática de la educación. ¡Luchar mientras se estudia!, era nuestro lema.

Los miembros de la CNED teníamos ya varios meses de luchas sucesivas, de acechanzas, persecuciones y de avances. La Marcha Estudiantil por la Ruta de la Libertad (febrero del 3 al 6) había conmovido al país. Basta y sobra con una revisión de medios para constatar la dimensión de aquella gran movilización que fue suspendida por el Ejército. De allí al congreso de la FECSM, al seminario sobre la Reforma y la Democratización de la Enseñanza, realizado en la UNAM; en Monterrey los compañeros habían ganado ya todas las sociedades de alumnos iniciando las movilizaciones por la reforma de la UNL; después, en mayo, del 6 al 10, el Congreso de la CNED en el cual fui elegido secretario general.

Nosotros, a partir de las seis de la tarde, desde el Salto del Agua, sobre el actual Eje Central. Todos sabíamos que nuestros compañeros del Poli luchaban para que las marchas se unificaran. La marcha del IPN empezó antes de las cuatro de la tarde en la Ciudadela. Como siempre en varias ocasiones los contingentes del PORT, UNER, de Ciencias Políticas al llegar a la Torre Latinoamericana nos diputaron la dirección de la manifestación intentando cambiar el itinerario. ¡Zócalo, Zócalo! era su reclamo. Nosotros nos aferramos por el conocimiento de que debíamos esperar a los del IPN. Luis González de Alba despectivamente describe nuestra marcha como una procesión ritual de solidaridad con Cuba, con Vietnam, etcétera. Con cierto remordimiento relata que ellos se quedaron en CU y fueron ajenos a los acontecimientos originales.

La marcha dirigida por la FNET salió de la Ciudadela, los “fenetos” como denominábamos a los dirigentes oficialistas, organizaron equipos de porros con gruesas cuerdas, así como para que la gente no se saliera del carril. Al llegar al monumento a la Revolución se produce la primera escaramuza. Los jóvenes del MIRE que encabezaban los hermanos García Reyes pretendieron, sin éxito, apoderarse de la descubierta y del micrófono para llevarse a la gente al Zócalo.

Nuestros compañeros del IPN eran ya jóvenes muy preparados en las mejores artes de la lucha y de la agitación. Tenían años intentando ganar la dirección de la FNET, enfrentados a todo tipo de porros y a una red de dirigentes sometidos al gobierno que ya en ese momento controlaba el licenciado Rodolfo González Guevara, secretario de Gobierno del DF. Los jóvenes comunistas de las vocacionales, con la Siete a la cabeza, los de las escuelas superiores, de Biológicas, Economía, la ESIME, la ESIQUIE, de las ESIAS, de la ESIT… Todos ellos habían vivido la experiencia de la huelga de 1967 cuando en una noche logramos parar a las escuelas del Casco y de Zacatenco. Acumulaban la experiencia de las jornadas de solidaridad con Sonora, con Morelia, Puebla, Michoacán, etcétera. Nosotros vivíamos la lucha con una gran pasión y una contagiosa alegría. Conocíamos los riesgos pero los enfrentábamos con tanta inteligencia como temor, conscientes de la represión como un factor constante.

Al llegar al Carillón, ya en el Casco de Santo Tomás, nuestros compañeros tomaron camiones y se vinieron a la Alameda y allí nos concentramos en el Hemiciclo. El contingente crecía y crecía. El mitin transcurría entre orador y orador. El parte de la DFS era una muy útil ayuda de memoria. Hablaba yo cuando llegaron muy bien organizados los grupos dirigidos por David Vega Becerra, César Tirado, Ceferino Chávez, Carpóforo Cortés Varona, Melitón Nateras… Dice Vega que él se llevó casi de la mano a Genaro López Alanís, el dirigente principal de la Vocacional 5, quien desde la tribuna detalló lo ocurrido el día 22, explicó los detalles del comportamiento de la FNET y lo sucedido durante la marcha. Pidió solidaridad y el clamor ya era uno sólo: ¡Zócalo! En esas estábamos cuando alguien nos avisó que un contingente muy grande corría por avenida Hidalgo rumbo al corazón político de la ciudad. Nosotros: Arturo Zama Escalante, Rubén Valdespino García y José Barragán Gómez cruzamos la Alameda y logramos traernos a la gran mayoría al Hemiciclo. Allí decidimos en una votación tumultuaria, adivinó usted: ¡Zócalo!

Organizados en grupos compactos miles de jóvenes empezamos a marchar, recibimos la primera carga de un muy grande y denso grupo de granaderos. Nos replegamos y, dicen quienes lo recuerdan, y así queda consignado en el parte de la policía que yo, quien en ese momento tenía la responsabilidad principal, me subí primero en el cofre de un autobús y después en el poste de un semáforo y desde allí mediante apasionada arenga les pedí volver a intentarlo. Volvimos a marchar ahora contra el flujo normal de los vehículos. Esta era una experiencia de las pequeñas brigadas políticas, adquirida en la escuela de cuadros de la lucha, en la solidaridad con Cuba, con Vietnam, con República Dominicana, por la libertad de los presos políticos…

Los granaderos nos volvieron a dar hasta con la cubeta. Nos defendimos con lo que pudimos. Resistimos, simplemente no nos dejamos. Corrimos al Hemiciclo. Nos concentramos. Desde el micrófono cuentan los compañeros, consignan los medios y el parte policial, que convoqué a dispersarnos para organizar desde nuestras escuelas una huelga general nacional y advertí, cito:

“Martínez Nateras dijo que en esta ocasión los granaderos habían actuado en forma despiadada en contra de unos tres mil estudiantes indefensos, pero que mañana no habría fuerza que detuvieran a 100,000 (cien mil) de ellos; que debían organizarse aprovechando el día de mañana y domingo, para que el lunes, se reunieran ya con mayor contingente para hacer frente a la policía y presentar nuevamente su protesta”. En esas estábamos cuando los granaderos con Mendiolea Cerecero a la cabeza se tiraron a fondo en contra nuestra. Piernas veloces como medio emprendimos la retirada. Empezó el desmadre en el centro de la ciudad.

El génesis

Los granaderos, judiciales y elementos de diversas corporaciones al mando del general Raúl Mendiolea Cerecero cargaron furiosos contra los estudiantes. Durante un par de horas los trajimos como pendejos. Los muchachos hacían alarde de ingenio. Bajo el adagio de ya encarrerado el gato, chingue a su madre el ratón.

Nuestras armas eran la juventud, la convicción, la agilidad y la inteligencia.

Emprendimos la huida, teníamos conciencia de la disparidad de fuerzas. Nos creíamos el desplante del emplazamiento a huelga nacional estudiantil en 72 horas. La desbandada, el desorden, el caos les hizo mucho más difícil localizar y detener a los dirigentes. Los compañeros sin sospechar infiltraciones se pusieron de acuerdo, después de todo, nos encontraríamos en el Café Viena, cerca del cine Las Américas, en Insurgentes. El Lobito, Pepe Barragán Gómez, un excelente compañero y amigo, estudiante de Derecho de la UNAM (un joven comunista ejemplar, leal, recto, amable, recientemente fallecido) y yo corrimos un rato. Nos detuvimos y caminamos sin sobresaltos. Nosotros pudimos ver los desmanes, la ira desbordada de los muchachos, miramos caer cristales de infinidad de aparadores, uno de ellos inmenso de Pemex, las joyerías fueron saqueadas, probablemente por algunos de los nuestros y por pescadores a río revuelto. Nos salimos de la Alameda, caminamos por la calle Victoria, pasamos frente al cuartel de los Granaderos quienes todos andaban en su sagrada misión de madrear estudiantes. Nos fuimos en un taxi al local de la CNED, tuvimos tiempo de sacar de allí algunos papeles. Caminamos al local de Mérida 186 donde tenía su sede el Comité Central del PCM. Nos dimos cuenta de la impresionante movilización policial. La cacería de comunistas en sus madrigueras había comenzado. Abordamos un taxi que nos llevó a Georgia 194, en la Colonia Nápoles, al departamentito donde vivíamos María de la Luz y yo. Nos habíamos casado el 26 de mayo. Ella ya estaba embarazada. El Lobito era un magnífico cocinero, un chef de alta cocina formado en Tijuana y experimentado al otro lado. Cocinó unos deliciosos pepitos, nos tomamos un trago de vino. Mary nos dijo que habían pasado Félix, Zama y Valdespino, dejaron dicho que nos veríamos en el cine Las Américas, en Insurgentes. Pepe y yo nos fuimos en un taxi, al llegar, en una mesa en la calle estaba Enrique del Val, entonces estudiante de Economía y militante de la JCM. Enrique con su cara blanca, su cabellera rubia todavía tenía pelo entre sorprendido, asustado y valiente nos advirtió:

Pélense, pélense, váyanse de aquí. Acaban de detener a varios compañeros (Félix Goded Andreu, Rubén Valdespino García, Pedro Castillo Salgado, Arturo Zama Escalante…), Celso Garza Guajardo entonces secretario de Organización de la JCM logró escapar con Benito Collantes de la Prepa Siete.

La delación de un provocador infiltrado, el Jarocho, permitió a la policía detener al grueso de los dirigentes de la CNED, al primer círculo, a los más experimentados, unidos, activos y conscientes. Nosotros nos escapamos por buena suerte. Desde ese momento desataron en contra mía una tremenda persecución.

Al mismo tiempo ocuparon los talleres donde imprimíamos La Voz de México, el local del PCM, el de la CNED; etcétera.

Esa misma noche empezaron los enfrenamientos en el barrio estudiantil. Los estudiantes de la Preparatoria 3, nocturna, al conocer las noticias propaladas por los compañeros que regresaban del Hemiciclo salieron enfurecidos, secuestraron camiones urbanos, ambulancias, etcétera. El barrio universitario se convirtió en un verdadero campo de batalla. Las preparatorias en fortalezas de los estudiantes. Los represores no calcularon la dimensión de la respuesta. El movimiento estudiantil popular de 1968 empezaba. Los jóvenes comunistas, dirigentes de las preparatorias 1, 2 y 3 tomaron su lugar en la dirección de la histórica resistencia entre el 26 y el 30 de julio. De lo cual da cuenta detallada Raúl Jardón Guardiola en su libro 1968: el fuego de la esperanza, editado por Siglo XXI.

Nosotros estamos en el origen, en el génesis. Durante ya 50 años, desde diferentes centros de análisis y de influencia, han pretendido menospreciar los sucesos de nuestro 26 de julio. Las viudas de Tlatelolco desdeñan el papel de los jóvenes comunistas, de los dirigentes de la CNED, de los precursores. Lo escribo con orgullo. Sin nuestra presencia los acontecimientos no hubiesen sucedido como ocurrieron. Sin el papel de los militantes comunistas y de la CNED y del IPN, la marcha de la FNET hubiese sido como muchas otras. Sin la experiencia que habíamos acumulado, sin el valor y el arrojo de este conglomerado estudiantil, sin la decisión gubernamental de descabezar a un ascendente movimiento estudiantil que se organizaba y crecía en todo el país; sin nosotros simplemente aquello no tiene lugar. El saldo de la primera noche fue de 63 detenidos algunas decenas de heridos, entre ellos estudiantes, granaderos y ambulantes.

Raúl Álvarez Garín era maestro en la Escuela de Ciencias Biológicas, Pablo Gómez, Joel Ortega, Joel Arriaga y muchos más andaban en Sofía, Bulgaria en el Festival Mundial de la Juventud y de los Estudiantes. Al final de la jornada dormí en la casa. María de la Luz y yo, sobreexcitados, apasionados, enamorados, hicimos el amor. Esa fue la última noche que dormí en el hogar de recién casados. A partir de entonces viví a salto de mata, pero esa ya es otra historia.

El zarpazo cayó directo y cruel en contra nuestra. El nuevo núcleo permanente de dirección estudiantil fue severamente debilitado. Del seno mismo del estudiantado surgió una generación de relevo acompañada por dirigentes experimentados quienes entonces no sufrían de la represión como nosotros. El movimiento estudiantil de 1968 empezó precisamente ese 26 de julio y sin una comprensión certera de la realidad es imposible entender al 68 en su conjunto.

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*Texto tomado de la página de Facebook del autor. Las negritas en el texto son de los editores. Los subtítulos son del autor.

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