Todos somos expertos en aeropuertos

Miguel Valencia Mulkay
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En los años 70, cuando la soberanía científica había sido invocada varias veces por el gobierno de Francia, para justificar la construcción de centrales nucleares, los ecologistas de ese país reaccionaron afirmando “Todos somos especialistas en centrales nucleares”. Para ellos, la competencia y la buena fe del científico y el experto no podía sustituir la voluntad y la libertad de elección del ciudadano sobre aquello que pudiera poner en riesgo sus vidas, su salud, los bienes comunes y el futuro de las nuevas generaciones. Los hechos les han dado la razón: la energía nuclear, las manipulaciones genéticas, los agroquímicos (pesticidas y fertilizantes), entre otras tecnologías fieramente defendidas por famosos científicos y sedicentes expertos al gusto de políticos y empresarios, han resultado catastróficas. El experto, el que “sabe” y saca un poder de su saber manteniéndolo a menudo en un hermetismo aureolado de sacralidad, está ligado a imperativos políticos y económicos inconfesables. Grandes sacerdotes de la física, la química, la ingeniería, la medicina, la arquitectura, el urbanismo, han sido responsables centrales del desastre climático, ecológico, hídrico, alimentario, urbano, cultural, social, económico y político del mundo.

         Fruncen el ceño, levantan las cejas los banqueros, los grandes empresarios y muchos destacados profesionistas, comunicadores y expertos al servicio del gran capital ante la propuesta de consultar a la ciudadanía sobre la sabiduría que hay detrás del proyecto de nuevo aeropuerto en el lago de Texcoco o la opción de Santa Lucia en Zumpango u otras combinaciones que se presenten (Andrés Manuel López Obrador).

        ¿Qué saben los habitantes de la cuenca del Valle de México de las consecuencias ambientales, energéticas, urbanísticas, demográficas, económicas, financieras de la desecación del lago de Texcoco o de la desaparición del lago Nabor Carillo o de las tormentas e inundaciones atípicas o extremas, la desertización, el aumento en la temperatura promedio, la caída histórica en la precipitación pluvial en este territorio? ¿Qué saben de los efectos de la pavimentación de más de 15,000 hectáreas del lago de Texcoco y sus zonas aledañas en los próximos años o de la contaminación generada al despegar y al aterrizar en el lago de Texcoco, a más de 2,000 metros sobre el nivel del mar, por cuatro veces más aviones de los que hoy lo hacen? ¿Qué saben los ciudadanos de la alteración del clima de la Tierra realizada por una persona que al viajar en avión favorece el rápido aumento de los viajes por ese medio? La aviación crece exponencialmente.

        Según estos “expertos en ingeniería”, esta consulta a la ciudadanía, es una ofensa a los expertos que elaboraron las manifestaciones de impacto ambiental, urbano, social y cultural del proyecto del NAICM en el lago de Texcoco ¡la Semarnat es famosa por el rigor de sus dictámenes en defensa de la biodiversidad, el agua, los cielos y las atmosferas limpias! ¿Qué saben los ciudadanos que residen en la cuenca del Valle de México de la concentración de población, la urbanización que puede provocar a su alrededor un aeropuerto que pretende ser el tercero más grande del mundo (¿nuevas ciudades en esta Cuenca?), o de megaproyectos construidos cerca de sus viviendas, o de la falta de agua, la pérdida de tiempo, el transporte urbano, la contaminación del aire, el ruido, la inseguridad en este territorio?

      ¿Qué saben los ciudadanos mexicanos de obras inútiles, mal hechas, mal localizadas, abandonadas por incosteables, elefantes blancos, socavones, y de obras realizadas durante el gobierno de Enrique Peña Nieto y la SCT de Gerardo Ruiz Esparza?

           “A vosotros vasallos os toca callar y obedecer” ha sido la consigna de los ingenieros y urbanistas al servicio de gobiernos mexicanos hasta los de Peña Nieto y Miguel Mancera. Las constructoras extranjeras, especialmente las españolas, han venido a reforzar esta arrogancia de los corruptos en las últimas décadas. La cultura democrática ha sido muy precaria en nuestro muy colonizado país. Muchos activistas contra megaproyectos han sido encarcelados y hasta asesinados. En los últimos 50 años, los políticos y sus expertos han actuado como si tuvieran un mandato absoluto, supieran por ciencia infusa lo que es de “utilidad pública” o de “beneficio o interés colectivo”; como si los votos comprados y fraudulentos o no que les permitieron ganar elecciones les dieran legitimidad para imponer absurdas obras de ingeniería que le han costado muy caras a la nación. Han creído que los vecinos de una obra deben sacrificarse por el desarrollo, el progreso y la modernización, conceptos elaborados por los banqueros de los países ricos y poderosos (Banco Mundial, FMI, BID, OCDE), cuando ellos no sacrifican ni un peso ni un minuto de su tiempo por el país: roban, despojan y cobran escandalosas sumas de dinero y reciben descomunales prestaciones; creen que los indígenas y campesinos y otros vecinos de sus inútiles y corruptos proyectos, son muebles y equipos que se pueden mover y acomodar en otro territorio sin consecuencias catastróficas para los territorios y el país y la Tierra.

         Tenemos más de 5,000 conflictos socioambientales debido a las obras realizadas sin consulta a los vecinos. Muchos vecinos de la Ciudad de México están indignados por las obras de Miguel Mancera y Marcelo Ebrard. Gracias a los expertos “a modo” que han utilizado los gobiernos mexicanos (ingenieros machistas que quieren conquistar y dominar a la “naturaleza salvaje”, a los ríos, lagos, montañas, selvas, bosques, suelos, humedales y climas; bufetes de ingeniería al servicio de las ideologías de la banca y los intereses económicos de grandes corporaciones), el país está en la ruina ecológica, social, cultural y económica. En México han sido muy negociables las dignidades de ingenieros, arquitectos, abogados, físicos, químicos, médicos, contadores, ambientalistas, y otros expertos: estamos llenos de prestigios muy inflados. Los gobiernos híper corruptos contratan expertos de la misma calaña. No merecen credibilidad los expertos que seleccionaron el lago de Texcoco para construir el NAICM: fueron contratados por el gobierno de Peña Nieto, para hacerlo en ese lugar. La intervención de la OCDE en este asunto hace más repugnante el proyecto de NAICM.

         Hablamos de democracia cuando los posibles afectados por las decisiones, los ciudadanos, tomen las decisiones. Mandar obedeciendo, como lo exigen los zapatistas. En una época de tecnología y economía desquiciadas, no basta la elección de representantes populares, es indispensable exigir la consulta de cualquier proyecto que ponga en riesgo las bases de la vida en el territorio: lagos, suelos, ríos, acuíferos, bosques, selvas, biodiversidad, humedales, glaciares, el clima de la Tierra, las culturas originarias, la vía campesina, las tradiciones, los vestigios arqueológicos, los monumentos históricos, entre otros aspectos. El proyecto de Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México debe ser consultado a los indígenas, campesinos, trabajadores y vecinos del lago de Texcoco, a los habitantes de la cuenca del Valle de México, a los profesionistas, académicos, investigadores de México y de países tropicales que tengan conflictos por la desecación de lagos, la construcción de aeropuertos y las alteraciones del clima de la Tierra.

 

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