AMLO debe cumplir su deber

Raúl Moreno Wonchee / La nave va
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El TEPJF calificó la elección  y lo convirtió en presidente electo,  sin función alguna hasta que proteste ante el Congreso de la Unión cumplir y hacer cumplir la Constitución de la República. Pero en el largo y sinuoso interregno, López Obrador se tiró al ruedo y sin orden ni concierto adelantó la suerte. Sin sustento, con una audacia imprudente y temeraria, y con los resabios de su prolongada e ininterrumpida candidatura, se ha dedicado a refritear sus incumplibles promesas y a pronunciarse sobre diversos asuntos sin rigor alguno sometiendo a un desgaste acelerado su nonata investidura: su pretensión de realizar al margen de la ley una consulta sobre la construcción del aeropuerto; su intervención en el conflicto electoral poblano como si quisiera exhibir que conserva intacta su capacidad para mandar al diablo las instituciones que sin ambages lo han reconocido; su desatinado diagnóstico sobre la economía nacional como si en vez de promover la inversión buscara sabotearla porque a la bancarrota, obligadamente sigue la liquidación. O su denodado afán por seguir en boca de casi todos –de Trump, por ejemplo– sin advertir que la simpatía que le expresa el magnate no puede ser sino una trampa que más temprano que tarde se cerrará sobre nuestro país. Faltan diez semanas diez para que se cumpla el plazo y de seguir, sus desaguisados podrían dislocar la piedra angular del Estado. Si así fuera, un gobierno constitucional sería inviable y de la cuarta transformación mejor ni hablar. A la quiebra de las instituciones se entronizarían los poderes fácticos. El pueblo mexicano tiene derecho a tener un presidente. López Obrador debe cumplir su deber.

 

Próximo gobierno será de derecha

Raúl Moreno Wonchee / La nave va
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Es comprensible que el gobierno que viene no se defina a sí mismo seguramente para no restringirse el campo de las maniobras a que obliga el rudo oficio de gobernar, ni abonarse adversarios de antemano. Entonces son los partidos y la crítica los que deben hacerlo para tomar posición en el juego de Juan pirulero en que se ha convertido la política. Así, hay  quienes se atienen a la leyenda y lo definen de izquierda, aunque en sus pronunciamientos electorales y en sus anuncios más recientes no haya nada que  pueda acreditar tal orientación. Otros, desde el lugar común de la modernidad lo señalan como populista y para no errar denuncian su asistencialismo extremo olvidando que tal vicio nos vino del neoliberalismo. Hay, entonces, que buscar en otro lado, en la composición del equipo del presidente electo porque es tal la diversidad de sus componentes que se antoja  una suma vectorial del campo donde van a jugar tan contradictorios personajes como Alfonso Romo, Marcelo Ebrard, Manuel Bartlett, Germán Martínez Cáceres, Alejandro Encinas, para mencionar sólo a algunos de los que tienen trayectoria política, porque un montón son incógnitos. A bote pronto una respuesta benévola es que será un gobierno de centro, quizá de centroderecha pero para no entristecer las fiestas patrias digamos de centro aunque haya que pasar por alto su abstinencia fiscal así como su empeño en cancelar la rectoría del Estado en la economía, mediatizar las reformas, socavar el federalismo, obstaculizar obras estratégicas para el desarrollo, adelgazar al Estado por medio de una austeridad no republicana sino neoliberal, lo que apunta a dejar el centro y tomar una dirección acusadamente a la derecha.

 


Ganó México

Raúl Moreno Wonchee / La nave va
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Cuando comenzó el proceso electoral en Estados Unidos, la sola presencia de Trump como precandidato alarmó a muchos, no se diga cuando se hizo de la candidatura del Partido Republicano. En México, en particular, porque sus expresiones racistas y xenófobas, y sus pronunciamientos proteccionistas que anunciaban la cancelación inmediata del Tratado de Libre Comercio, nos hacían blanco de sus amenazas electorales. De otro lado, los antecedentes antiinmigrantes de la señora Clinton, su trayectoria injerencista y sus advertencias sobre sus intenciones de intervenir para proteger los derechos humanos en México no auguraban tampoco nada bueno. El presidente Peña decidió, entonces, invitar a ambos candidatos a platicar para que nuestro país no fuera utilizado como carnada electoral. A la Clinton la avasalló su soberbia y ni siquiera se dignó contestar. Trump vino y Peña Nieto le dijo que México no pagaría su muro y que en todo caso el TLC debería ser renegociado. Poco después los ataques a México dejaron de ser utilizados en la campaña. Pero aquí, el coro fácil entonó el himno a la sicofancia acusando al presidente de intervenir en las elecciones gringas en favor de Trump y algunos hasta demandaron su dimisión. Y no faltó quien dictaminara que Peña firmó la derrota de la Clinton. En la víspera de la primera reunión de los dos presidentes –que sería el debut internacional de Trump–, Peña canceló el encuentro por expresiones irrespetuosas del republicano. México, representado por Ildefonso Guajardo, continuó con serenidad y firmeza las negociaciones que la semana pasada culminaron en un acuerdo que ha merecido el apoyo del presidente electo y de todas las fuerzas económicas y políticas.

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